Fragmentos:
Después
de una larga e infructuosa espera me he decidido a escribirte, y ello
tanto por ti como por mí, pues me repugna saber que he permanecido
en prisión durante dos largos años sin haber recibido de ti ni una
sola carta, una noticia cualquiera: ninguna cosa he sabido de ti,
excepto aquello que había de producirme dolor.
Nuestra
trágica y lamentable amistad, ha finalizado para mí de un modo
infame, y para ti con escándalo público. Pero, el recuerdo de
nuestra antigua amistad me acompaña con frecuencia y siento una gran
pena al pensar que mi corazón, antes repleto de amor, está ya para
siempre lleno de aborrecimiento, desprecio y amargura.
***
Los
dioses me habían dado casi todo: tenía el genio, un apellido
distinguido, una elevada posición social, fama, brillantez y audacia
intelectual. Yo he hecho del arte una filosofía, y de la filosofía
un arte; he enseñado a los hombres a pensar de otro modo, y he dado
otro color a las cosas. Cuanto decía o hacía asombraba a las
gentes. Me apoderé del drama, la forma más objetiva que se conoce
del arte, y lo transformé en un medio de expresión tan personal
como una poesía lírica, o un soneto, y al mismo tiempo amplié su
campo de acción con la psicología. Drama, novela, poesía en prosa
y poesía en verso, diálogo espiritual o fantástico, cuanto yo
toqué lo revestí de una belleza nueva. Y además le impuse el
artificio y le di su carácter natural, e hice de ambos su imperio
legítimo. Y mostré que la verdad y la falsedad son únicamente
formas intelectuales.
Para
mí, el arte era una realidad suprema, y la vida un modo de la
ficción. Desperté la imaginación de mi siglo, haciéndola
envolverme en mitos y leyendas. Resumí en una frase todos los
sistemas filosóficos, y toda la existencia en un epigrama.
***
Muchos
hombres, al ser puestos en libertad, se llevan la cárcel consigo y
la ocultan en su corazón, como una infamia secreta, y acaban por
arrastrarse en un agujero como desgraciados envenenados, hasta morir.
Es penoso que la sociedad les impulse a ello. La sociedad se arroga
el derecho de infligir al individuo atroces castigos, pero también
posee el vicio supremo de la superficialidad, y no llega a darse
cuenta de lo que hace. Al hombre que ya ha terminado su condena, lo
abandona a su suerte, o sea que se despreocupa de él, justo en el
momento en que más deber para con él tiene. Se avergüenza
verdaderamente de sus propias acciones, y evita a aquellos a quienes
a castigado como se huye de un acreedor a quien no se puede pagar, o
de alguien a quien se ha provocado un daño irreparable. Yo, por mi
parte, puedo pretender que, así como yo me comprendo lo que he
padecido, la sociedad se comprenda cuanto me ha infligido, y que no
quede ni en ella ni en mí ningún tipo de amargura ni de odio.
***
Había
perdido mi nombre, mi posición, mi felicidad, mi libertad, mi
fortuna. Era un preso, y era un pobre, pero me quedaba mi bien más
preciado: mis hijos. Y de repente la ley me los arrebata. El golpe
fue tan atroz, que no supe qué hacer. Me puse de rodillas, incliné
la cabeza, lloré y dije: <<El cuerpo de un niño es como el
cuerpo del Señor; ya no soy digno de ninguno de los dos>>. Y
ese momento fue sin duda el que me salvó. En ese momento comprendí
que sólo me quedaba aceptarlo todo. Y desde entonces, por curioso
que resulte, soy feliz, pues he llegado hasta la esencia última de
mi alma. Había mostrado ser su enemigo en muchos aspectos, y la
encontré esperándome como un amigo. Al entrar en contacto con el
alma, uno se vuelve otra vez niño, y como dijo Cristo, es lo que uno
ha de ser. Es trágico pensar que pocas son las personas que se
hallan en posesión de su alma antes de morir.
***
Vivir
para los demás no era el objetivo concreto y consciente de su
doctrina. Su base era otra muy distinta. Dice: <<Perdonad a
vuestros enemigos>>, y ello no implica el amor a nuestros
enemigos, sino a nosotros mismos. Pues el amor es más hermoso que el
odio.
***
Se
me dijo a menudo que era demasiado individualista. Ahora soy mucho
más individualista que antes. Necesito extraer de mí mucho más de
lo que antes sacaba, y pedirle menos al mundo. En verdad, mi ruina no
es consecuencia de un exceso, sino de falta de individualismo. La
única acción vergonzosa de mi vida, la única imperdonable y por
siempre despreciable, fue atreverme a pedir a la sociedad ayuda y
protección. Desde el punto de vista individualista, esa apelación
de auxilio era demasiado torpe. ¿Qué disculpa invocar a mi favor?
Una
vez que puse en marcha las fuerzas de la sociedad, ésta se volvió
contra mí, diciendo: <<Viviste desafiando mis leyes, ¿y ahora
recurres a mis leyes para que te protejan? Pues bien: ahora te
haremos sentir todo el peso de ellas, y tendrás que soportar sus
consecuencias>>. Y el resultado de esto fue que ahora me vea en
un calabozo. Y, durante el transcurso de mis tres procesos, he podido
sentir amargamente la ignominiosa ironía de mi situación. Pienso
que nunca ningún hombre cayó de manera tan innoble, y precipitado
por tan vergonzosos instrumentos, como yo. En Dorian Gray se leen
estas palabras: <<Siempre es poco el cuidado que se pone en la
elección de los enemigos>>. Nunca habría pensado que yo
mismo, por culpa de unos parias, llegaría a convertirme en un paria.
Y por eso es tanto el desprecio que me tengo.
***
Oscar
Wilde."De Profundis". 2013, Plutón Ediciones.
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