Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Ángel Paniagua





RAZÓN DE LA IMPOSTURA


Ahora que ya tengo la certeza
de haber pertenecido amado, roto,
ganado, recompuesto y, al final,
perdido siempre, puedo reclamarle
a la tierra un lugar donde fingir
que mi vida fue bella, tierna, hermosa,
y que nada me puso nunca al borde
de las acostumbradas deserciones.

Debo fingir si quiero que las horas
me miren con piedad y no voceen
mis pérdidas, publiquen mis caídas
ni se ensañen con los espacios blancos
que empiezan a entreverse en mi mirada,
la nostalgia de viajes que no hice,
los libros sin leer que en los estantes
recelan de entregarme sus secretos.

Ahora debo fingir, no cabe duda,
habitar el silencio de una oscura
terraza, donde sólo mis deseos
no cumplidos y el fuego de las lágrimas
por esas tantas horas imposibles
iluminen mi vida, mientras busco
en todos esos libros la respuesta
al enigma perdido de estos años.




NOCTURNO INSANO


Aquí, en esta casa donde todo
parece respirar mientras me ahogo,
donde cada sillón y cada libro
me están robando el aire, aquí termino
de comprender al fin que el orden
de esta atmósfera insana desconoce
mi nombre y mis sentidos.
                                          No es mi casa
este pobre habitáculo de rara
orientación, en el que apenas puedo
tener todas mis cosas: no lo siento
como propio y por eso no estoy nunca
sentado aquí, leyendo ante la luna
o ante el sol de la tarde, más que algunos
minutos, una hora, el tiempo justo
para fraguar un plan de huída, el mismo
de ayer y de mañana.
                                  Los motivos
no importan mucho y siempre tienen poco
de veraces: es fácil cuando sólo
se ha de responder ante la propia
conciencia ir dejando que la ropa
usada se amontone y que la pila
de platos crezca muda cada día.

La desgana, el desorden, la basura
interior, suelen ser también de ayuda
para que la derrota aún me sea
más flagrante si cabe y ya no pueda
fingir que me importaba.
                                       Aquí termino
de comprender que el aire que respiro
lo emponzoñé yo mismo con la torpe
decisión de encerrar tras los barrotes
de esta jaula sin fe mi ansia errante.








LA VOZ QUE NOS RECLAMA


I


Hay un silencio inane que se viste
con ropas encendidas
y hay una voz oscura que dibuja
los órdenes del tiempo y sus condenas.

Ese silencio y esa voz se nutren
de nuestros pensamientos más ocultos
y conforman el hábil entramado
con que el tiempo parece oscurecernos.

Su reseco lamento se difunde
como una luz estéril, un sonido
creciente que domina y nos alcanza
hasta hacer de nosotros sus esclavos.

Ese silencio y esa voz nos pertenecen
como el alma o los ojos, cada uno
puede verlos brillar en el pasado
que habita sin doler y en el futuro
que oculta sus venenos
en la definición de la esperanza.

Ese silencio y esa voz vinieron
sólo a vernos caer sobre la hierba
de su angustia como el rocío cae
para hacerla visible sobre el alba.

Así sobre nosotros ha caído
su lamento y ha vuelto a darles vida,
vida nuestra que nunca podrá nadie
quitarles ya, si no es que antes la muerte
nos arranca su angustia y su lamento.



II

Hay un inmenso abrazo,
una fascinación enardecida
que despierta en el mundo de las sombras
el dolor y el amor y los confunde,
una voz tan oscura que los hombres
la escuchan mientras duermen,
y al despertar aún oyen sus ecos.

Y hay también unos ojos tan enormes
como toda la faz del universo:
estar en su presencia significa
haber perdido todo y conocido
la sustancia de lagos, mares, nubes,
montañas y tormentas,
haber visto
los invisibles lazos que en lo seres
producen atracción o desafecto,
los ríos de dolor que nos calientan
e iluminan: es no ser libres, nada
resulta igual que antes...
Los que sufren
están muy cerca, casi forman parte
ya de esa corriente, de esos ojos
que sólo por saberlos nos consumen
a nosotros también. Y los que aman
u odian, los que acercan a una herida
unas manos, son también parte de ella.

Infierno, cielo, nada... Sólo nombres
vacíos de sentido, construcciones
de la imaginación de los primeros
que sintieron correr bajo sus pies
esa lava, y hacer temblar la tierra
que pisaban, sintieron miedo y frío,
dudaron si rendirse y entregarse
o resistir.
Tal vez sean
sus voces las que ahora nos reclaman.



Ángel Paniagua. "Una canción extranjera". 2004, Consejería de Educación y Cultura (Murcia)




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