RESIGNACIÓN
Juan
se sonó la nariz, arrugó el pañuelo de papel entre sus dedos y con
voz cansada afirmó:
―No
puedo abandonarla. Eso es todo, es lo que hay. O lo tomas o lo dejas.
En
algún lugar del pecho de Miriam se abrió una brecha. Sintió que el
dolor rompía con un corte certero sus fibras musculares para
alojarse en su pecho, justo en mitad del plexo solar.
No
pudo contestar nada.
―Entiendo
que sea duro para ti. También lo es para mí, ya lo sabes. Pero es
todo lo que puedo hacer. Ella me quiere y yo... yo no puedo dejarla.
Miriam
levantó los ojos hacia él. ¿No era esto ya una despedida?
―Puedes
esperar o puedes irte. No voy a presionarte.
Las
fibras de su plexo solar sufrieron un nuevo espasmo involuntario que
ella acusó de inmediato, y una angustia sin nombre le subió hacia
la garganta, aunque pudo contener el llanto.
Se
vio a sí misma levantándose, retirando su abrigo de la percha en la
que lo había colgado una hora antes y saliendo del restaurante sin
decir adiós.
Pero
le faltaron las fuerzas.
El
camarero trajo la cuenta, y cada uno pagó como de costumbre la parte
que le correspondía. Salieron a la calle y tomaron un taxi juntos.
Diez
minutos más tarde, delante del inmueble donde Miriam vivía, Juan la
besó en la mejilla como solía hacer al despedirse y, con la misma
voz de siempre, le confirmó:
―Nos
vemos el próximo jueves.
Miriam
asintió tristemente, abrió la puerta del edificio y, sin encender
la luz, se adentró en el vestíbulo camino del ascensor.
Lola
López Mondéjar. "El pensamiento mudo de los peces". 2008,
Páginas de Espuma.
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