Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 16 de julio de 2018

E. M. Cioran (II)




EL HOMBRE, ANIMAL INSOMNE


      Alguien ha dicho que el sueño equivale a la esperanza: intuición admirable de la importancia tremenda del sueño como asimismo del insomnio. Este representa una realidad tan colosal que me pregunto si el ser humano no sería un animal incapacitado para el sueño. ¿Por qué calificarlo de animal razonable cuando se puede encontrar en ciertos animales tanta razón como se quiera? Por el contrario, no existe en toda la naturaleza otro animal que desee dormir sin lograrlo. El sueño hace olvidar el drama de la vida, sus complicaciones, sus obsesiones; cada despertar es un nuevo comienzo y una nueva esperanza. La vida conserva así una agradable discontinuidad, que da la impresión de una regeneración permanente. Los insomnios engendran, por el contrario, el sentimiento de la agonía, una tristeza incurable, la desesperación. Para el ser humano que goza de buena salud es decir, el animal. es inútil interrogarse sobre el insomnio: él ignora la existencia de individuos que lo darían todo por adormecerse, seres obsesos de la cama que sacrificarían un reino por volver a hallar la inconsciencia que la terrorífica lucidez de las vigilias les ha brutalmente arrebatado. El vínculo que existe entre el insomnio y la desesperación es indisoluble. Pienso incluso que la pérdida total de la esperanza es inconcebible sin la colaboración del insomnio. La única diferencia existente entre el paraíso y el infierno es que en el primero se puede dormir todo lo que se quiera, mientras que en el segundo no se duerme nunca. ¿Acaso Dios no castigó al hombre quitándole el sueño y dándole el conocimiento? ¿No es la privación del sueño el castigo mayor que existe? Resulta imposible amar la vida cuando no se puede dormir. Los locos padecen frecuentemente de insomnio; de ahí sus terribles depresiones, su asco por la vida y su tendencia al suicidio. Pero esa sensación de hundirse, como un buzo de la nada, en las profundidades sensación propia de las vigilias alucinadas, ¿no sería una especie de locura? Quienes se suicidan arrojándose al agua o precipitándose en el vacío actúan movidos por un impulso ciego, locamente atraídos por el abismo. Quienes no han conocido nunca semejantes vértigos no pueden comprender la irresistible fascinación de la nada que conduce a algunos seres a la renuncia suprema.

*

      Hay en mí más confusión y caos de lo que el alma humana debería soportar. Podéis encontrar en mí todo lo que queráis. Soy un fósil de los comienzos del mundo en el que los elementos no se cristalizaron y en el que continúa aún la loca efervescencia del caos inicial. Soy la contradicción absoluta, el paroxismo de las antinomias y el límite de las tensiones; en mí todo es posible, pues soy el hombre que se reirá en el momento supremo, en la agonía final, en la hora de la última tristeza.





FRENTE AL SILENCIO


      Llegar a no apreciar más que el silencio equivales a realizar la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundos de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos.
      La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías; los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenúa, toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad. Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o impresionar a alguien; el ruido al que hemos renunciado se suma al tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras haber desplegado una energía loca para intentar resolver todos los problemas y afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el silencio la única realidad, la única forma de expresión.






E. M. Cioran. "En las cimas de la desesperación". 2009, Tusquets editores.




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