VERGÜENZA
a
mí siempre me dieron vergüenza
mucha
vergüenza
los
días festivos
los
domingos en especial: ese día
cuando
niño
ya
me despertaba enfermo
solo
porque más tarde
a
media mañana
tendría
que ir desde el portal de mi casa
hasta
el asiento de atrás
del
Seat Seiscientos de mi padre
uno
de los primeros padres de mi calle en tener coche
bajo
la curiosa codiciosa y penetrante mirada
de
mis amigos y vecinos
unos
en la calle
y otros asomados a sus ventanas:
me
sentía
puedes
creerme
como
un condenado a muerte en su paseíllo
hasta
la plaza mayor donde tendría lugar
su
ejecución pública puesto que
a
mí siempre me dio vergüenza
mucha
vergüenza
poseer
más cosas que los demás
poseer
más cosas que mis amigos y vecinos:
por
eso ahora
que
vivo de prestado
y que por no tener no tengo
ni
salud
ni
amor
ni
suelto para coger el autobús
me
siento un hombre afortunado:
mis
amigos y vecinos e incluso sus hijos
al
conducir uno o más automóviles
me
han liberado de mi sentimiento de vergüenza
quitándome
un gran peso de encima puesto que
a
mí siempre me pareció una indecencia
poseer
más cosas que los demás
poseer
más cosas que mis amigos y vecinos
y encima hacer pública ostentación de ello:
por
si esto fuera poco
cada
vez que me encuentro por la calle
en
uno de esos días invernales de lluvia torrenciales
con
mis amigos y vecinos e incluso con sus hijos
yo
caminando
y ellos al volante de sus bugatis
tengo
la inmensa fortuna
de
que siempre aminoren la velocidad
para
saludarme con la mano y con la bocina
o para apartarse del bordillo de la acera
y no ponerme perdido
con
el agua de los charcos:
EL
ÚLTIMO MONO
no
soy
a
mi edad
la
persona más importante
en
la vida de otras:
esa
a la que
de
todas las que conoces
de
todas a las que quieres
salvarías
la vida
si
solo pudieses salvar
una:
esa
por
la que llegado el caso
sacrificarías
tu propia vida
literalmente
hablando
con
tal de salvar la suya:
la
persona más importante
en
la vida de otras:
ni
siquiera en la de esas
en
que estás pensando:
en
la de Manuela por ejemplo
ocupaba
un honroso quinto puesto:
no
soy
en
definitiva
a
mis cincuenta y dos años
la
persona más importante
en
la vida de nadie
en
la de nadie
en
la tuya tampoco:
pero
no sé de qué me extraño
cuando
ni tan siquiera lo soy
la
persona más importante
en
la mía propia:
Fragmento
:
No
iba solo. Me acompañaba Bella, una piba que venía de la Argentina,
Bella de Aránzazu, de Buenos Aires, ciudad de la que, igualmente,
también era natural Raúl Núñez... Mejor de lo que la describe su
propio nombre, que es el de pila, yo no lo puedo hacer. Bella. Eso
es. Así la recuerdo y así quiero seguir recordándola. Bella. Muy
linda. Con su vestido de algodón, de escote cuadrado, estilo hippie,
en donde siempre era el mismo día, uno claro, fresco y luminoso. Un
día de primavera en todo caso, de los primeros. Uno de esos días,
festivos, en los que, para que me entiendas, el sol luce azul y la
brisa, cuando entra de la mar, le mete el vestido entre los muslos,
marcándole, bien a las claras, su abultada, codiciada, concha. Solo
se lo quitaba, el vestido, para coger. Este verbo, coger, además de
la acepción por todos conocida, follar, tenía también, para Bella,
estas otras dos: ducharse con agua caliente y dormir a pierna suelta,
al menos por esa noche, en una cama de verdad, bajo techo, calentita
y a salvo de crueles monstruos de la intemperie. Su ocupación en la
vida, la única que yo le conocía, consistía en dibujar a sus
semejantes, sin su consentimiento previo, en un cuaderno artístico
que la acompañaba allá donde fuera, apretado contra el pecho como
una colegiala, que era exactamente lo que parecía. En esos dibujos,
al correr del lápiz, exageraba hasta la deformación, hasta la
distorsión, el aspecto físico y los rasgos faciales de sus
inadvertidos modelos. Luego firmaba el satírico retrato, arrancaba
la hoja del bloc y le ofrecía la caricatura a quién sin saberlo
había sido objeto de ella.
***
Fragmento:
Me
fijo, asimismo, a saber por qué, en la luz. Está de pie sobre la
mesilla de noche, hermana pequeña del aparador del salón, en la que
también hay un plato hondo de cristal, una cuchara y una servilleta
de papel arrugada. La luz, con absoluto desprecio y falta de
consideración, arroja nuestras Sombras contra las blancas paredes,
donde se hacen grandes y fuertes. Tomo conciencia entonces que son
ellas, esas Sombras alargadas y siniestras, negras sombras, las que
conspiran a nuestras espaldas y toman por nosotros algunas de las
decisiones más importantes y trascendentales de nuestra azarosa
existencia: las que, en definitiva, cierran y sellan oscuros y
vejatorios tratos. Vendemos nuestras almas, cantaba Wendy Orlean
Williams, solo si el precio es el correcto.
***
David
González. "Kiepenkerl". 2018, Ruleta Rusa Ediciones.
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