Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 12 de agosto de 2018

David González




      VERGÜENZA


          a mí siempre me dieron vergüenza
          mucha vergüenza
          los días festivos
          los domingos en especial: ese día

          cuando niño
          ya me despertaba enfermo
          solo porque más tarde
          a media mañana
          tendría que ir desde el portal de mi casa
          hasta el asiento de atrás
          del Seat Seiscientos de mi padre
          uno de los primeros padres de mi calle en tener coche
          bajo la curiosa codiciosa y penetrante mirada
          de mis amigos y vecinos
          unos en la calle
y        otros asomados a sus ventanas:

           me sentía
           puedes creerme
           como un condenado a muerte en su paseíllo
           hasta la plaza mayor donde tendría lugar
           su ejecución pública puesto que

           a mí siempre me dio vergüenza
           mucha vergüenza
           poseer más cosas que los demás
           poseer más cosas que mis amigos y vecinos:

           por eso ahora
           que vivo de prestado
y         que por no tener no tengo
           ni salud
           ni amor
           ni suelto para coger el autobús
           me siento un hombre afortunado:

           mis amigos y vecinos e incluso sus hijos
           al conducir uno o más automóviles
           me han liberado de mi sentimiento de vergüenza
           quitándome un gran peso de encima puesto que

           a mí siempre me pareció una indecencia
           poseer más cosas que los demás
           poseer más cosas que mis amigos y vecinos
y         encima hacer pública ostentación de ello:

           por si esto fuera poco
           cada vez que me encuentro por la calle
           en uno de esos días invernales de lluvia torrenciales
           con mis amigos y vecinos e incluso con sus hijos
           yo caminando
y         ellos al volante de sus bugatis
           tengo la inmensa fortuna
           de que siempre aminoren la velocidad
           para saludarme con la mano y con la bocina
o         para apartarse del bordillo de la acera
y         no ponerme perdido
           con el agua de los charcos:




      EL ÚLTIMO MONO


          no soy
          a mi edad
          la persona más importante
          en la vida de otras:

          esa a la que
          de todas las que conoces
          de todas a las que quieres
          salvarías la vida
          si solo pudieses salvar
          una:

                    esa

           por la que llegado el caso
           sacrificarías tu propia vida
           literalmente hablando
           con tal de salvar la suya:

            la persona más importante
            en la vida de otras:
            ni siquiera en la de esas
            en que estás pensando:
            en la de Manuela por ejemplo
            ocupaba un honroso quinto puesto:

            no soy
            en definitiva
            a mis cincuenta y dos años
            la persona más importante
            en la vida de nadie
            en la          de nadie
            en la tuya tampoco:

            pero no sé de qué me extraño
            cuando ni tan siquiera lo soy
            la persona más importante
            en la mía propia:






Fragmento :

No iba solo. Me acompañaba Bella, una piba que venía de la Argentina, Bella de Aránzazu, de Buenos Aires, ciudad de la que, igualmente, también era natural Raúl Núñez... Mejor de lo que la describe su propio nombre, que es el de pila, yo no lo puedo hacer. Bella. Eso es. Así la recuerdo y así quiero seguir recordándola. Bella. Muy linda. Con su vestido de algodón, de escote cuadrado, estilo hippie, en donde siempre era el mismo día, uno claro, fresco y luminoso. Un día de primavera en todo caso, de los primeros. Uno de esos días, festivos, en los que, para que me entiendas, el sol luce azul y la brisa, cuando entra de la mar, le mete el vestido entre los muslos, marcándole, bien a las claras, su abultada, codiciada, concha. Solo se lo quitaba, el vestido, para coger. Este verbo, coger, además de la acepción por todos conocida, follar, tenía también, para Bella, estas otras dos: ducharse con agua caliente y dormir a pierna suelta, al menos por esa noche, en una cama de verdad, bajo techo, calentita y a salvo de crueles monstruos de la intemperie. Su ocupación en la vida, la única que yo le conocía, consistía en dibujar a sus semejantes, sin su consentimiento previo, en un cuaderno artístico que la acompañaba allá donde fuera, apretado contra el pecho como una colegiala, que era exactamente lo que parecía. En esos dibujos, al correr del lápiz, exageraba hasta la deformación, hasta la distorsión, el aspecto físico y los rasgos faciales de sus inadvertidos modelos. Luego firmaba el satírico retrato, arrancaba la hoja del bloc y le ofrecía la caricatura a quién sin saberlo había sido objeto de ella.

***


Fragmento:

Me fijo, asimismo, a saber por qué, en la luz. Está de pie sobre la mesilla de noche, hermana pequeña del aparador del salón, en la que también hay un plato hondo de cristal, una cuchara y una servilleta de papel arrugada. La luz, con absoluto desprecio y falta de consideración, arroja nuestras Sombras contra las blancas paredes, donde se hacen grandes y fuertes. Tomo conciencia entonces que son ellas, esas Sombras alargadas y siniestras, negras sombras, las que conspiran a nuestras espaldas y toman por nosotros algunas de las decisiones más importantes y trascendentales de nuestra azarosa existencia: las que, en definitiva, cierran y sellan oscuros y vejatorios tratos. Vendemos nuestras almas, cantaba Wendy Orlean Williams, solo si el precio es el correcto.

***


David González. "Kiepenkerl". 2018, Ruleta Rusa Ediciones.





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