AGOSTO
2001
Los
colonos
Los
hombres de la Tierra llegaron a Marte.
Llegaron
porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o
desdichados, porque se sentían como los Peregrinos, o porque no se
sentían como los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía una razón
diferente. Abandonaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades
odiosas; venían para encontrar algo, enterrar algo o alejarse de
algo. Venían con sueños ridículos, con sueños nobles o sin
sueños. El dedo del gobierno señalaba desde letreros a cuatro
colores, en innumerables ciudades: HAY TRABAJO PARA USTED EN EL
CIELO. ¡VISITE MARTE! Y los hombres se lanzaban al espacio. Al
principio sólo unos pocos, unas docenas, porque casi todos se
sentían enfermos aun antes que el cohete dejara la Tierra. Y a esta
enfermedad la llamaban la soledad, porque cuando ve que su casa se
reduce hasta tener el tamaño de un puño, de una nuez, de una cabeza
de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela de fuego, uno
siente que nunca ha nacido, que no hay ciudades, que uno no está en
ninguna parte, y sólo hay espacio alrededor, sin nada familiar, sólo
otros hombres extraños. Y cuando los estados de Illinois, Iowa,
Missouri o Montana desaparecen en un mar de nubes, y más aún,
cuando los Estados Unidos son sólo una isla revuelta en nieblas y
todo el planeta parece una pelota embarrada lanzada a lo lejos,
entonces uno se siente verdaderamente solo, errando por las llanuras
del espacio, en busca de un mundo que es imposible imaginar.
No
era raro, por lo tanto, que los primeros hombres fueran pocos.
Crecieron y crecieron en número hasta superar a los hombres que ya
se encontraban en Marte. Los números eran alentadores. Pero los
primeros solitarios no tuvieron ese consuelo.
Ray
Bradbury. "Crónicas marcianas". 2008, Minotauro.
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