Sólo
el aire.
Entre
nosotros,
entre
el perfil de los vientres,
sólo
el aire.
Y
así esperamos.
Obvia,
mas no olvides,
que
es la calle barricada,
que
hay dolor en los niños,
que
hay lunas con llanto de plomo.
Y
deja sólo el aire.
No
más que el aire.
Y
a la espera el roce,
el
gesto,
el
tintineo.
Y
a la espera tú,
yo,
los
cuerpos.
Te
miro como quien mira
aquello
que su vida lleva esperando.
Y
te digo "Amor, ven a mí".
Y
te engaño.
Porque
el amor es amar ideas,
que
no nombres.
Y
te digo "Amor, te estaba buscando".
Y
te engaño.
Porque
el amor no fue buscarte,
sino
saber que te necesitaba.
Porque
amar es admitir
que
siempre sumamos
idéntica
sombra,
que
el desamor no es el final,
que
es sólo el principio.
Uno
no ama unos ojos,
ama
una mirada.
No
ama unas manos,
ama
un tacto.
No
ama un pecho,
ama
una entrega.
Y,
aun así,
te
miro como quien mira
aquello
que la vida
lleva
esperando.
Está
el aire compuesto
de
tu presencia en luz.
No
es el dolor de la pérdida.
Confieso.
No
es el esquivar calles.
Ni
el desaprender besos.
No.
Es
aceptar que tus ojos dibujan un nombre,
que
tu espalda recibe unas manos,
que
tus dedos enmarañan un pelo.
Y
que no sean los míos...
aunque
yo lo propiciara todo.
Que
no es el dolor de la pérdida.
Te
digo.
Es
idéntica la ciudad.
Su
largura de ausencia.
Los
niños muertos en flor.
Las
madres sin manos.
Idéntica.
Es
idéntica la ciudad.
Y
yo la atravieso.
Como
días atrás.
Pero
hoy llevo sal.
Como
cuando la caricia
era
voraz y prolongada,
hábito
involuntario.
Mas
hoy no me sueño aire.
Tampoco
agua.
Atrás
quedó el huracán,
el
vergel en el pecho.
Amanece
en mí
la
cicatriz de mi nombre.
Soy
hueso. Carne. Átomo.
Sumatorio
de soledad.
Martín
Lucía. "El desamor es sólo el principio". 2017, Ediciones
En Huida.
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