Diarios.
Fragmentos:
Noches
blancas – Dostoievski
El
sentimiento de la soledad y del abandono es una enfermedad. ¿Cuándo
comienza? ¿Por qué no hubo una madre para impedirla? Pero tal vez
esta enfermedad es justamente que no hubo una madre para impedirla.
No es sentir la soledad o el abandono como algo inherente al ser
humano, que pesa sobre él y lo acompaña toda su vida. Es algo que
le ocurre a algunos (como al <<soñador>> de D. : una
inadaptación que es más que este nombre, una rebelión, una
lucidez, un ser muriéndose como una tortuga, alguien que ve más que
los otros, que ve mejor, lleno de ternura que dar, de amor, y no
obstante se encierra, vive solo y solitario como en una tumba,
condenado a una soledad sin remedio. He aquí lo incomprensible,
viviendo como un criminal. Es el verdadero <<maldito>>).
***
Sin
fecha
Es
la noche, en la noche, sucede en la noche, cuando rodar, caer,
lágrimas tiritando bajo los puentes cerca del agua donde fluyen
casas iluminadas y seres sin cabeza y horas sin relojes y mi corazón
en una pira, en una piragua letal, mi corazón disuelto en pequeños
soles negros palpita y naufraga hacia donde no hay olvido. No hay
olvido y el esfuerzo de ser es muy grande, el esfuerzo de vestirse de
sí misma cada día y remontarse como a una ciénaga, arrastrarse
como a un duro cadáver, bolsa compacta de chillidos y maldiciones y
cosas muertas y puños cortados amenazando el suelo y el cielo. La
vía alcohólica del cielo percute en mi cerebro iluminado como una
galería de espanto en la que alguien busca con ardor. Viviera en
otro mundo, viviera en algo más pequeño, sin nombre, sin lenguaje,
no llamado y cuya única característica consiste en su silencio
lujurioso.
***
20
de octubre, sábado
¿Qué
alimentos para el alma? ¿Cuáles para el cuerpo? Una palabra
solitaria basta para matarme. O un espejo.
Los
sueños, sí, pero a qué hora. No a toda hora como en tu caso. Un
jardín donde no se respira, una distancia enloquecida, un correr
para sólo no llegar. Y el <<querido cuerpo>> con su sexo
adorable, ¿por qué no se evade de mí el tenebroso? Hago el amor y
deseo recupera mi rostro poético. Hago poemas y no los termino
porque los deseos más obviamente físicos me acometen. Y habrá un
tiempo para amar y otro para
encontrar las distancias olvidadas. Sí. Alguna vez. Cuando los
rostros de los demás no me den la exacta medida de la soledad.
Las
alusiones perdidas.
***
Un
apuro. Una urgencia. Para ir adónde. Ya no recuerdo a quién amo, no
recuerdo si amé alguna vez. Sólo una sed, una avidez de tener un
instante mío, un instante de encuentro cierto con algo, con alguien.
En verdad, nada me importa ya, nada me importa más. Podría orinar
en la calle. Podría cantar a los gritos, podría exponerme desnuda
en un pedestal. He perdido el respeto definitivamente. Sólo queda
una extraña piedad, por mí y por todos. Sensaciones de Éxodo.
Seguridad de estar sobreviviéndome. No me importa. Miro las caras
por la calle y me sube la risa. Sólo me pongo muy seria cuando pasan
niños, particularmente si tienen ojos claros. Lo que me acecha desde
que me recuerdo es la abstracción. Me penetró y me invadió. Todo
lo que siento aparece con mayúsculas. Se agotaron los hechos y los
actos. En mí se habla en infinitivo.
***
23
de marzo
Todo
se reduce a esto: acabar con mi exhibicionismo. Olvidarse del
fantasma de los otros. De ello depende mi suicidio y mi poesía.
Estoy realmente asustada porque cada vez encuentro más razones a
favor del ser y en contra del parecer. Todo lo que hago e hice hasta
ahora fue un homenaje al parecer. Por razones afectivas, sin duda.
¿Para qué escribe usted? Para que me quieran.
***
Jueves,
19
La
poesía es una introducción. <<Doy>> poemas para que
tengan paciencia. Para que me esperen. Para distraerlos hasta que
escriba mi obra maestra en prosa.
Mi
locura no es solamente haber puesto mi destino en la literatura sino
esperar, también, que me dé bienes temporales: amantes, dinero,
gloria, pero sobre todo gente que me quiera. Si tuviera quince años,
esto que escribo no sería alarmante. Pero a mi edad...
Alejandra Pizarnik. “Diarios”. 2012, Editorial Lumen