Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 26 de julio de 2015

Pablo Neruda (II).





Fragmentos:





      Sumergido en estos recuerdos debo despertar de pronto. Es el ruido del mar. Escribo en Isla Negra, en la costa, cerca de Valparaiso. Recién se han calmado los grandes vendavales que azotaron el litoral. El océano que más que mirarlo yo desde mi ventana me mira él con mil ojos de espuma conserva aún en su oleaje la terrible persistencia de la tormenta.
      Qué años lejanos! Reconstruirlos es como si el sonido de las olas que ahora escucho entrara intermitentemente dentro de mí, a veces arrullándome para dormirme, otras veces con el brusco destello de una espada. Recogeré esas imágenes sin cronología, tal como estas olas que van y vienen.


***





Mi poesía y mi vida han transcurrido como un río americano, como un torrente de aguas de Chile, nacidas en la profundidad secreta de las montañas australes, dirigiendo sin cesar hacia una salida marina el movimiento de sus corrientes. Mi poesía no rechazó nada de lo que pudo traer en su caudal; aceptó la pasión, desarrolló el misterio, y se abrió paso entre los corazones del pueblo.
      Me tocó padecer y luchar, amar y cantar; me tocaron en el reparto del mundo, el triunfo y la derrota, probé el gusto del pan y de la sangre. Qué más quiere un poeta? Y todas las alternativas, desde el llanto hasta los besos, desde la soledad hasta el pueblo, perviven en mi poesía, actúan en ella, porque he vivido para mi poesía, y mi poesía ha sustentado mis luchas. (…)


***








Miro las pequeñas olas de un nuevo día en el Atlántico.
      El barco deja a cada costado de su proa una desgarradura blanca, azul, sulfúrica de aguas, espumas y abismos agitados.
      Son las puertas del océano que tiemblan.
      Por sobre ella vuelan diminutos peces voladores, de plata y transparencia.
      Regreso del destierro.
      Miro largamente las aguas. Sobre ellas navego hacia otras aguas: las olas atormentadas de mi patria.
      El cielo de un largo día cubre todo el océano.
      La noche llegará y con su sombra esconderá una vez más el gran palacio verde del misterio.

***





      Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte a mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver. La versión de los agresores es que hallaron el cuerpo inerte, con muestras visibles de suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A renglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el presidente de la república de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su gran corazón, envuelto en humo y llamas.
      Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque jamás renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.







Pablo Neruda. “Confieso que he vivido”. 2003, Editorial Seix Barral.




No hay comentarios: