Fragmento
“Trópico de Capricornio”
Así
estaban las cosas el primer día de la relación sexual en el antiguo
mundo helenístico. Desde entonces las cosas han cambiado mucho. Ya
no es de buena educación cantar con la pilila, ni se permite a los
cóndores siquiera cagar huevos purpúreos por todo el lugar. Todo
eso es escatológico y ecuménico. Está prohibido. Verboten.
Y, por eso, el País de la Jodienda cada vez se aleja más; se vuelve
mitológico. Así, pues, me veo obligado a hablar mitológicamente.
Hablo con extrema unción, y también con ungüentos preciosos. Dejo
de lado los estruendosos címbalos, las tubas, las caléndulas
blancas, las adelfas, los rododendros. ¡Vivan las correas y las
esposas! Cristo está muerto y destrozado con tejos. Los felás
empalidecen en las arenas de Egipto, con las muñecas esposadas sin
apretar. Los buitres han devorado hasta la última pizca de carne en
descomposición. Todo está en calma, un millón de ratones de oro
que mordisquean el queso invisible. Ha salido la luna y el Nilo rumia
sus estragos ribereños. La tierra eructa en silencio, las estrellas
se estremecen y balan, los ríos se desbordan. Es así... Hay coños
que ríen y coños que hablan; hay coños locos, histéricos, en
forma de ocarinas y coños lujuriantes, sismográficos, que registran
la subida y la bajada de la savia; hay coños caníbales que se abren
de par en par como las mandíbulas de una ballena y te tragan vivo;
hay también coños masoquistas que se cierran como las ostras y
tienen conchas duras y quizá una perla o dos dentro; hay coños
ditirámbicos que se ponen a bailar en cuanto se acerca el pene y se
empapan de éxtasis; hay coños puercoespines que sueltan sus púas y
agitan banderitas en Navidad; hay coños telegráficos que practican
el código Morse y dejan la mente llena de puntos y rayas; hay coños
políticos que están saturados de ideología y que niegan hasta la
menopausia; hay coños vegetativos que no dan respuesta, a no ser que
los extirpes de raíz; hay coños religiosos que huelen como los
adventistas del Séptimo Día y están llenos de abalorios, gusanos,
conchas de almeja, excrementos de oveja y de vez en cuando migas de
pan; hay coños mamíferos que están forrados con piel de nutria e
hibernan durante el largo invierno; hay coños navegantes equipados
como yates, buenos para solitarios y epilépticos; hay coños
glaciales en los que puedes dejar caer estrellas fugaces sin causar
el menor temblor; hay coños diversos que se resisten a cualquier
clasificación o descripción, con los que te tropiezas una vez en la
vida y que te dejan mustio y marcado; hay coños hechos de pura
alegría que no tienen nombre ni antecedente y éstos son los mejores
de todos, pero ¿adónde han ido a parar?
Y,
por último, existe el coño que lo es todo y a éste vamos a
llamarlo supercoño, pues no es de esta tierra, sino de ese país
radiante adonde hace mucho tiempo nos invitaron a huir. En él el
rocío siempre centellea y las altas cañas se inclinan con el
viento. En él vive el gran padre de la fornicación. El Padre Apis,
el toro profético que se abrió paso a cornadas hasta el cielo y
destruyó a las deidades castradas del bien y del mal. De Apis surgió
la raza de los unicornios, ese ridículo animal de que hablan los
escritos antiguos cuya culta frente se estiró hasta convertirse en
un falo fulgurante, y del unicornio a través de etapas graduales
derivó el hombre de la ciudad reciente del que habla Oswald
Spengler. Y de la picha muerta de este triste espécimen surgió el
gigantesco rascacielos con sus rápidos ascensores y sus torres de
observación. Somos el último punto decimal del calculo sexual; el
mundo gira como un huevo podrido en su canasta de paja. (…)
Henry
Miller. “Trópico de Capricornio”. 1986, Plaza&Janes
Editores.
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