Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 30 de octubre de 2014

Henry Miller.



Fragmento “Trópico de Capricornio”



Así estaban las cosas el primer día de la relación sexual en el antiguo mundo helenístico. Desde entonces las cosas han cambiado mucho. Ya no es de buena educación cantar con la pilila, ni se permite a los cóndores siquiera cagar huevos purpúreos por todo el lugar. Todo eso es escatológico y ecuménico. Está prohibido. Verboten. Y, por eso, el País de la Jodienda cada vez se aleja más; se vuelve mitológico. Así, pues, me veo obligado a hablar mitológicamente. Hablo con extrema unción, y también con ungüentos preciosos. Dejo de lado los estruendosos címbalos, las tubas, las caléndulas blancas, las adelfas, los rododendros. ¡Vivan las correas y las esposas! Cristo está muerto y destrozado con tejos. Los felás empalidecen en las arenas de Egipto, con las muñecas esposadas sin apretar. Los buitres han devorado hasta la última pizca de carne en descomposición. Todo está en calma, un millón de ratones de oro que mordisquean el queso invisible. Ha salido la luna y el Nilo rumia sus estragos ribereños. La tierra eructa en silencio, las estrellas se estremecen y balan, los ríos se desbordan. Es así... Hay coños que ríen y coños que hablan; hay coños locos, histéricos, en forma de ocarinas y coños lujuriantes, sismográficos, que registran la subida y la bajada de la savia; hay coños caníbales que se abren de par en par como las mandíbulas de una ballena y te tragan vivo; hay también coños masoquistas que se cierran como las ostras y tienen conchas duras y quizá una perla o dos dentro; hay coños ditirámbicos que se ponen a bailar en cuanto se acerca el pene y se empapan de éxtasis; hay coños puercoespines que sueltan sus púas y agitan banderitas en Navidad; hay coños telegráficos que practican el código Morse y dejan la mente llena de puntos y rayas; hay coños políticos que están saturados de ideología y que niegan hasta la menopausia; hay coños vegetativos que no dan respuesta, a no ser que los extirpes de raíz; hay coños religiosos que huelen como los adventistas del Séptimo Día y están llenos de abalorios, gusanos, conchas de almeja, excrementos de oveja y de vez en cuando migas de pan; hay coños mamíferos que están forrados con piel de nutria e hibernan durante el largo invierno; hay coños navegantes equipados como yates, buenos para solitarios y epilépticos; hay coños glaciales en los que puedes dejar caer estrellas fugaces sin causar el menor temblor; hay coños diversos que se resisten a cualquier clasificación o descripción, con los que te tropiezas una vez en la vida y que te dejan mustio y marcado; hay coños hechos de pura alegría que no tienen nombre ni antecedente y éstos son los mejores de todos, pero ¿adónde han ido a parar?
Y, por último, existe el coño que lo es todo y a éste vamos a llamarlo supercoño, pues no es de esta tierra, sino de ese país radiante adonde hace mucho tiempo nos invitaron a huir. En él el rocío siempre centellea y las altas cañas se inclinan con el viento. En él vive el gran padre de la fornicación. El Padre Apis, el toro profético que se abrió paso a cornadas hasta el cielo y destruyó a las deidades castradas del bien y del mal. De Apis surgió la raza de los unicornios, ese ridículo animal de que hablan los escritos antiguos cuya culta frente se estiró hasta convertirse en un falo fulgurante, y del unicornio a través de etapas graduales derivó el hombre de la ciudad reciente del que habla Oswald Spengler. Y de la picha muerta de este triste espécimen surgió el gigantesco rascacielos con sus rápidos ascensores y sus torres de observación. Somos el último punto decimal del calculo sexual; el mundo gira como un huevo podrido en su canasta de paja. (…)







Henry Miller. “Trópico de Capricornio”. 1986, Plaza&Janes Editores.




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