Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 11 de octubre de 2014

William Faulkner.



JEWEL


Es porque está todo el tiempo ahí afuera, justo debajo de la ventana, martilleando y serrando esa maldita caja. Donde ella tiene que verle por fuerza. Donde cada bocanada de aire que ella aspira está llena de sus martillazos y aserraduras. Donde ella puede ver cómo le dice: Mira. Mira la estupenda caja que te estoy haciendo. Le dije que se fuera a otra parte. Le dije: Santo Dios, ¿es que ya quieres verla dentro? Es como cuando era niño y ella dijo que si tuviera un poco de abono cultivaría algunas flores, y él se llevó la cazuela del pan y la trajo llena de estiércol de la cuadra.

Y ahora todas ésas ahí sentadas, como buitres. Esperando, abanicándose. Porque yo digo que por qué no pude dejar de serrar y clavar clavos ni un momento, no dejando dormir como es debido a nadie y haciendo que tenga que tener las manos fuera de la colcha como dos raíces de esas que cuando las sacas y quieres lavarlas nunca consigues que queden del todo limpias. Veo el abanico y el brazo de Dewey Dell. Digo que por qué no la dejan en paz. Serrando y martilleando todo el santo día, y dándole el aire en la cara tan rápido que cuando está cansada casi no puede ni respirarlo, y esa maldita azuela todo el rato <<ya queda menos>>...Ya queda menos. Ya queda menos, hasta que todo el mundo que pase por el camino tenga que pararse a mirarla y decir lo buen carpintero que es Cash. Si de mí hubiera dependido cuando Cash se cayó de aquella iglesia, si de mí hubiera dependido cuando padre tuvo que guardar cama al caerle encima aquella carga de leña..., hoy no estarían viniendo todos y cada uno de los bastardos del condado a mirarla fijamente como la miran, porque si hay Dios ¿para qué diablos sirve? Estaríamos ella y yo solos en lo alto de una colina, y haría rodar rocas y rocas hacía sus caras, y las levantaría y las lanzaría contra caras y dientes y demás, por Dios bendito, hasta que ella pudiera estar tranquila sin que esa maldita azuela estuviera todo el tiempo repitiendo Ya queda menos. Ya queda menos..., y al fin podríamos estar tranquilos.








Willian Faulkner. “Mientras agonizo”. 2000, Editorial Anagrama.




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