FRAGMENTO
RELATO: “La escritura del dios”.
Un
día o una noche —entre mis
días y mis noches, ¿qué diferencia cabe?— soñé que en el piso
de la cárcel había un grano de arena. Volví a dormir, indiferente;
soñé que despertaba y que había dos granos de arena. Volví a
dormir; soñé que los granos de arena eran tres. Fueron, así,
multiplicándose hasta colmar la cárcel y yo moría bajo ese
hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando; con un vasto
esfuerzo me desperté. El despertar fue inútil; la innumerable arena
me sofocaba. Alguien me dijo: No
has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño
está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de
los granos de arena. El camino que habrás de desandar es
interminable y morirás antes de haber despertado realmente.
Me
sentí perdido. La arena me rompía la boca, pero grité: Ni
una arena soñada puede matarme ni hay sueños que estén dentro de
sueños. Un resplandor
me despertó. En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz.
Vi la cara y las manos del carcelero, la rodaja, el cordel, la carne
y los cántaros.
Un
hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino; un
hombre es, a la larga, sus circunstancias. Más que un descifrador o
un vendedor, más que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado.
Del incansable laberinto de sueños yo regresé como a mi casa a la
dura prisión. Bendije su humedad, bendije su tigre, bendije el
agujero de luz, bendije mi viejo cuerpo doliente, bendije la tiniebla
y la piedra (…)
Jorge
Luis Borges. “El Aleph”. 1999, Unidad Editorial, colección
millenium.
No hay comentarios:
Publicar un comentario