Compasión.
“Somos
algo más que una ESPECIE
COMPASIVA.
Somos CIVILIZACIÓN.
Cuando futuras generaciones lleven su vista atrás, cuando nuevos
pobladores nos busquen en pos de una guía, de una rectitud moral,
nos verán tal y como aquí permanecemos y nos reivindicamos, y
comprenderán nuestra innegable contribución a la decencia, al honor
y a la dignidad. Hemos salvado a la Humanidad del DOLOR.
Hemos trascendido a la muerte y la hemos derrotado. El miedo
a
la última agonía, acicate de los hombres, ya es una línea dibujada
tímidamente con un lápiz por un niño. Un niño que, en lo que a
nosotros respecta, ya ha crecido, Una línea que nosotros, aquí y
ahora, nos disponemos a BORRAR”.
El
auditorio al completo, interpretando adecuadamente las convenidas
señales de la vehemencia como fin del discurso, se levantó casi al
unísono en un atronador aplauso. Cientos de batas blancas y
chaquetas negras mostraron su más unánime respeto y su más sincera
admiración hacia el hombre que finalmente, habiendo trascendido las
limitaciones de su propia naturaleza, estaba a punto de salvarles.
Aquel dios redentor. El último cordero que quitaba el pecado del
mundo. Reconciliador final con las altas instancias. Y el primus
inter pares,
conociendo también su lugar en la Historia, pero especialmente entre
los focos, se dejó agasajar, querer y retratar cuanto quiso,
dilatando en su triunfo las órdenes debidas, que terminaron
deviniendo, pese a todo, por lealtad hacia sus colegas.
“A
quirófano. Enciendan las cámaras y el proyector”.
Capeando
las titánicas olas de éxito, la primera ráfaga de eficientes y
disciplinadas enfermeras empujó la camilla a través del escenario,
marcada en todo momento por la aséptica iluminación blanca. La
siguiente, en ordenada y solemne procesión, portaba material y
agujas. Y el paciente, bien atado por muñecas y tobillos, apenas
pudo revolverse, cortesía de abrazaderas y sedantes. De no haberse
prolongado tanto los vítores y ovaciones, probablemente se le
hubiera escuchado gritar desde el oscuro pasillo en el que, durante
unos minutos y libre al fin del tiránico foco, le perdieron todas
las miradas que esperaban verle morir dignísimamente por la
pantalla.
“¡Que
solo tengo un resfriado!”.
Enrique
Trenado Pardo. Inédito. Más suyo en:
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