Fragmentos:
<<Flor de los
mundos, ola verde de piedras preciosas festonada, mares que surcan
veleros de oro cargados de pimienta y canela como peines que recorren
cabellos perfumados, gota de rocío en la que se confunden las nubes
y el cielo, oh, Levante, donde el céfiro hincha los carrillos y
sopla sobre la inmensidad de las aguas, ¡qué sentimientos tan
poderosos avivas en mi pecho! Oh, Levante, dichoso Levante, ¿cómo
es que no sientes mi turbación, mi cólera? ¿Cómo es que tu ojo de
brillos ambarinos no ve la noche que colma mi pecho, la congoja que
invade mi mente desde que desperté de mi letargo y comprendí que
soy rumano? ¿Por qué no tendré miles de ojos, como Argos, para
poder llorar con miles de lágrimas el terrible estado de mi pueblo,
prisionero de los lobos y de las alimañas que desgarran el seno de
Valaquia con sus garras afiladas?>>
***
Sé que todo lo que
existe en este mundo es pompa, que Leonardo, Tasso, Shakespeare y
Musina son la misma cosa, y que no se distinguen del mendigo de la
puerta del monasterio. Vanidad de vanidades e ilusión de ilusiones.
Platón habla de un cielo que no se encuentra en este mundo: allí se
concibe la idea de ventana, la única real. Lo que el carpintero
construye en madera y denomina ventana es solo un reflejo, y el
escritor, cuando escribe <<ventana>>, crea el reflejo de
un reflejo. Montes de cristal, reyes de trapo, vidas de viento, mares
de reflejos. Y aunque todo fuera real, no sería eterno. Una flor
puede durar miles de años, pero si luego se marchita, es como si no
hubiera existido jamás, es el sueño de un sueño. El amor es
nostalgia y el poder es hastío. Imaginemos, sin embargo, que todo es
eterno. Ni aun así tendría valor. Nuestro universo es un mundo
entre miles de puntos que se unen para formar otros mundos de fuego,
que, contemplados desde muy lejos, se reducen a cristales y latón,
caracolas, paños, ciruelos o nubes. Así que no resultaría
sorprendente que nuestro universo fuera un átomo en un tiesto en el
crece una adelfa, o el átomo de una cucaracha que corretea por un
mundo que es a su vez un átomo del tallo de un tomate. Entonces,
¿por qué escribo, si mi escritura carece en cualquier caso de
valor, cuando se ha escrito ya sobre Hamlet y sobre Orestes, y cuando
yo no podré jamás igualar a los maestros? Miguel Ángel tenía
mármol, yo solo tengo moldes de halva. Pero en los momentos
en que no tengo nada que leer y no me apetece escuchar música, me
sumerjo en un mar de dulces y sosegadas ensoñaciones, se me aparece
un genio que coloca una pluma en mi mano:
―Perezoso
mortal, salta tu vida, cierra los párpados y ábrelos en otro mundo
que está esperando a ser creado por ti.
Flor
de los mundos cuyos pétalos destilan veneno, media luna que tiñes
de oro las torres de cuarzo, sueño de la esclava perezosa que, en
cojines de seda, deja entrever su pesado trasero a través de los
bombachos de Shiraz, oh, Levante, islas de un mar límpido como el
cristal, cajón con olor a tomillo y jengibre que Dimov no llegó a
describir en un poema, decena de tronos horrorosos en los que reposan
decenas de Hangerli, oh, Levante, Levante feroz como ese niño loco
que incrusta clavos en un gatito dormido, ¿quién puede aspirar tu
negra tristeza en su pecho y seguir vivo? Cuando comencé este poema,
¡qué alegre y despreocupado estaba! Me parecía un juego hacer que
convivan en mi epopeya la espada de un hombre y un pecho tierno,
sacar del portaplumas estilos sofisticados, como el monje que ilumina
el pergamino con miniaturas. Pensaba escribir, sobre un fondo musical
de espineta y clavecín, alguna aventura marítima, una especie de
opereta, pues estaba hastiado de la poesía de nuestra época... Así
como el confitero enrosca pirulís rosas y azules, entrelazaba
también yo, humilde escriba, frases, levantando no la torre de
Babel,sino únicamente la tarta de Flaubert. ¿Quién habría
imaginado jamás que del capullo de seda de la Ensoñación, de la
Poesía, iba a brotar, aleteando, un mundo nuevo? ¡Señor, Señor,
te doy las gracias! ¡Has utilizado mi frágil carne para construir
algo sobrenatural, has vislumbrado otra vez mundos fantásticos a
través de mi cenagal de sangre! ¡La bola mágica reposa de nuevo en
la palma de mi mano izquierda! Pero a partir de ahora soy polvo, mi
cuerpo está hecho añicos, reducido a cenizas, pues no puedes tocar
al Ángel sin ser despedazado...
Mircea
Cartarescu. “El Levante”. 2015, Impedimenta.
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