Fragmentos:
―Me
preguntarás, ¿cuándo empezó nuestra labor, cómo fue implantada,
dónde, cómo? Bueno, yo diría que, en realidad, se inició
aproximadamente con un acontecimiento llamado la Guerra Civil. Pese a
que nuestros reglamentos afirman que fue fundada antes. La realidad
es que no anduvimos muy bien hasta que la fotografía se implantó.
Después, las películas, a principios del siglo xx. Radio.
Televisión. Las cosas empezaron a adquirir masa.
Montag
permaneció sentado en la cama, inmóvil.
―Y
como tenían masa, se hicieron más sencillas ―prosiguió
diciendo Beatty―.
En cierta época, los libros atraían a alguna gente, aquí, allí,
por doquier. Podían permitirse ser diferentes. El mundo era ancho.
Pero, luego, el mundo se llenó de ojos, de codos y de bocas.
Población doble, triple, cuádruple. Films y radios, revistas,
libros, fueron adquiriendo un bajo nivel, una especie de vulgar
uniformidad. ¿Me sigues?
―Creo
que sí.
Beatty
contempló la bocanada de humo que acababa de lanzar.
Imagínalo.
El hombre del siglo XIX con sus caballos, sus perros, sus coches, sus
lentos desplazamientos. Luego, en el siglo XX, acelera la cámara.
Los libros, más breves, condensaciones. Resúmenes. Todo se reduce a
la anécdota, al final brusco.
―Brusco
final ―dijo
Mildred, asintiendo.
―Los
clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos.
Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos.
Por fin, convertidos en diez o doce líneas de un diccionario. Claro
está, exagero. Los diccionarios únicamente servían para buscar
referencias. Pero eran muchos los que sólo sabían de Hamlet (estoy
seguro de que conocerás el título, Montag. es probable que, para
usted, sólo constituya una especie de rumor, Mrs. Montag), sólo
sabían, como digo, de Hamlet lo que había en una condensación de
una página en un libro que afirmaba: Ahora, podrá leer por fin
todos los clásicos. Manténgase al mismo nivel que sus vecinos. ¿Te
das cuenta? Salir de la guardería infantil para ir a la Universidad
y regresar a la guardería. Ésta ha sido la formación intelectual
durante los últimos cinco siglos o más.
***
―Cuando
muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un
hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de
zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo
especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú
mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú
plantaste, tú estarás allí. <<No importa lo que hagas
―decía―,
en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo,
convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de
ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar
el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador
de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará
allí para siempre.>>
Granger
movió una mano.
―Mi
abuelo me enseñó una vez, hace cincuenta años, unas películas
tomadas desde cohetes. ¿Has visto alguna vez el hongo de una bomba
atómica desde trescientos kilómetros de altura? Es una cabeza de
alfiler, no es nada. Y a su alrededor, la soledad.
>>Mi
abuelo pasó una docena de veces la película tomada desde el cohete,
y, después manifestó su esperanza de que algún día nuestras
ciudades se abrirían para dejar entrar más verdor, más campiña,
más Naturaleza, que recordara a la gente que sólo disponemos de un
espacio muy pequeño en la Tierra y que sobreviviremos en ese vacío
que puede recuperar lo que ha dado, con tanta facilidad como echarnos
el aliento a la cara o enviarnos el mar para que nos diga que no
somos tan importantes.
>>Cuando
en la oscuridad olvidamos lo cerca que estamos del vacío ―decía
mi abuelo―, algún día
se presentará y se apoderará de nosotros, porque habremos olvidado
lo terrible y real que puede ser.>>
Ray
Bradbury. "Fahrenheit 451". 1993, Random House Mondadori.
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