Busco
peregrinos guarros a los que le falte el índice para echarlos de
amigos, si no les falta es lo mismo. Yo les daré a conocer el agua
anciana de la laguna con un minuto delante del error. Yo soy el
fantasma de Josué, una vez me lincharon y ahora me hago el meloso
con desconocidos y traficantes. Por aquí hay una calma devastadora
por las tardes y me aburro con frecuencia. Siempre estoy en los
caminos con un caldero lleno de avellanas y luciérnagas. Paseo mi
abandono como un gigante amargo. También me gustan las actrices y
los pordioseros. El perfume de mis cicatrices trastorna a los
elegantes. En la muerte encontré una buena respuesta para lo que
soy. Un distraído al que le gusta que lo abracen al final de las
jornadas y que le den por el culo de vez en cuando. La ausencia de la
vida la conjuro haciéndome un ovillo en el albergue. Me dedico a
hacer profecías y a contar mis huesecitos y a mirar pájaros. Soy un
coleccionista de presagios y de segundas oportunidades. Estoy
enterrado en el cementerio civil porque se pusieron de acuerdo el
cura y el maestro al no morir en condiciones, es decir,
cristianamente. A veces escribo agarrado a un abeto. A veces me
siento con geranios en la mano en las camas de las personas. De los
días espero lo habitual: una vaca, un topo, otro peregrino. El
espectáculo del destino me multiplica, es entonces cuando pego la
oreja a las paredes del albergue y siento cómo se abre dentro de mí
el río, y en mí renace el universo silenciado y purgatorial
admirándome la racha de los planetas como me admiraría el
nacimiento de un restaurante en este pueblucho de mierda. De vez en
cuando me encuentro a algún ahorcado; pienso en sus cigarros, su
sangre, su PC, pienso en los misterios de una soga detenida en la
rama más baja de un castaño; en el ahorcado y su simetría. He
manejado la muerte sin pensar pero con un orgullo multidisciplinar y
efervescente porque diariamente soy visitado por la serenidad
representativa y dialogante del baboso. Con la cabeza diviso el puto
pueblo que borraría de un plumazo. Voy todo vestido de pana buena.
Los gatos buscan el olor de mi polla y mis ojos color miel y eso
suaviza mi puerca melancolía. No he dicho que soy tuerto y como soy
un seductor llevo parche, gracias a él hipnotizo a los niños a los
que me aparezco; cuando me ven las niñas, sin embargo, me silban.
Tampoco he dicho que a veces creo que soy una mera pesadilla de mi
abuela cirujana, que todavía vive y sabe conquistar.
Víctor
Pérez. 2016, de su muro de Facebook
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