VUELTA
DE PASEO
Asesinado
por el cielo.
Entre
las formas que van hacia la sierpe
y
las formas que buscan el cristal,
dejaré
crecer mis cabellos.
Con
el árbol de muñones que no canta
y
el niño con el blanco rostro de huevo.
Con
los animalitos de cabeza rota
y
el agua harapienta de los pies secos.
Con
todo lo que tiene cansancio sordomudo
y
mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando
con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado
por el cielo!
TU
INFANCIA EN MENTON
Sí,
tu niñez: ya fábula de fuentes.
Jorge
Guillén.
Sí,
tu niñez ya fábula de fuentes.
El
tren y la mujer que llena el cielo.
Tu
soledad esquiva en los hoteles
y
tu máscara pura de otro signo.
Es
la niñez del mar y tu silencio
donde
los sabios vidrios se quebraban.
Es
tu yerta ignorancia donde estuvo
mi
torso limitado por el fuego.
Norma
de amor te di, hombre de Apolo,
llanto
con ruiseñor enajenado,
pero,
pasto de ruina, te afilabas
para
los breves sueños indecisos.
Pensamiento
de enfrente, luz de ayer,
índices
y señales del acaso.
Tu
cintura de arena sin sosiego
atiende
sólo rastros que no escalan.
Pero
yo he de buscar por los rincones
tu
alma tibia sin ti que no te entiende,
con
el dolor de Apolo detenido
con
que he roto la máscara que llevas.
Allí,
león, allí, furia de cielo,
te
dejaré pacer en mis mejillas;
allí,
caballo azul de mi locura,
pulso
de nebulosa y minutero.
He
de buscar las piedras de alacranes
y
los vestidos de tu madre niña,
llanto
de media noche y paño roto
que
quitó la luna de la sien del muerto.
Sí,
tu niñez: ya fábula de fuentes.
Alma
extraña de mi hueco de venas,
te
he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor
de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh,
sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No
me tapen la boca los que buscan
espigas
de Saturno por la nieve
o
castran animales por un cielo,
clínica
y selva de la anatomía.
Amor,
amor, amor. Niñez del mar.
Tu
alma tibia sin ti que no te entiende.
Amo,
amor, un vuelo de la corza
por
el pecho sin fin de la blancura.
Y
tu niñez, amor, y tu niñez.
El
tren y la mujer que llena el cielo.
Ni
tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
Sí,
tu niñez: ya fábula de fuentes.
ODA
A WALT WHITMAN
Por
el Easr River y el Bronx
los
muchachos cantaban enseñaban sus cinturas
con
la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa
mil mineros sacaban la plata de las rocas
y
los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero
ninguno se dormía,
ninguno
quería ser río,
ninguno
amaba las hojas grandes,
ninguno
la lengua azul de la playa.
Por
el East River y el Queensborough
los
muchachos luchaban con la industria,
y
los judíos vendían al fauno del río
la
rosa de la circuncisión,
y
el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas
de bisontes empujadas por el viento.
Por
ninguno se detenía,
ninguno
quería ser nube,
ninguno
buscaba los helechos
ni
la rueda amarilla del tamboril.
Cuando
la luna salga
las
poleas rodarán para turbar el cielo,
un
límite agujas cercará la memoria
y
los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva
York de cieno,
Nueva
York de alambre y de muerte.
¿Qué
ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué
voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién
el sueño terrible de tus anémonas manchadas?
Ni
un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he
dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni
tus hombros de pana gastados por la luna,
ni
tus muslos de Apolo virginal
ni
tu voz como una columna de ceniza;
anciano
hermoso como la niebla,
que
gemías igual que un pájaro
con
el sexo atravesado por una aguja,
enemigo
del sátiro,
enemigo
de la vid,
y
amante de los cuerpos bajo la burla tela.
Ni
un solo momento, hermosura viril
que
en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas
con ser un río y dormir como un río
con
aquel camarada que pondría en tu pecho
un
pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni
un solo momento, Adán de sangre, macho,
hombre
solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque
por las azoteas,
agrupados
en los bares,
saliendo
en racimos por las alcantarillas,
temblando
entre las piernas de los chauffeurs
o
girando en las plataformas del ajenjo
los
maricas, Walt Whitman, te señalan
¡También
ése! ¡También! Y se despeñan
sobre
tu barba luminosa y casta,
rubios
del norte, negros de la arena,
muchedumbre
de gritos y ademanes
como
los gatos y como las serpientes,
los
maricas, Walt Whitman, los maricas,
turbios
de lágrimas, carne para fusta,
bota
o mordisco de los domadores.
¡También
ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan
a la orilla de tu sueño
cuando
el amigo come tu manzana
con
un leve sabor de gasolina
y
el sol canta por los ombligos
de
los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero
tú no buscabas los ojos arañados,
ni
el pantano oscurísimo donde se sumergen a los niños,
ni
la saliva helada,
ni
las curvas heridas como panza de sapo
que
llevan los maricas en coches y en terrazas
mientras
la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú
buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro
y sueño que junte la rueda con el alga,
padre
de tu agonía, camelia de tu muerte,
y
gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque
es justo que el hombre no busque su deleite
en
la selva de sangre de la mañana próxima.
El
cielo tiene playas donde evitar la vida
y
hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía,
agonía, sueño, fermento y sueño.
Este
es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los
muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades.
La
guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los
ricos dan a sus queridas
pequeños
moribundos iluminados,
y
la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede
el hombre, si quiere, conducir su deseo
por
vena de coral o celeste desnudo.
Mañana
los amores serán rocas y el Tiempo
una
brisa que viene dormida por las ramas.
Por
eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,
contra
el niño que escribe
nombre
de niña en su almohada,
ni
contra el muchacho que se viste de novia
en
la oscuridad del ropero,
ni
contra los solitarios de los casinos
que
beben con asco el agua de la prostitución,
ni
contra los hombres de mirada verde
que
aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero
sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de
carne tumefacta y pensamiento inmundo.
Madre
de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño
del
Amor que reparte coronas de alegría.
Contra
vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas
de sucia muerte con amargo veneno.
Contra
vosotros siempre,
Faeries
de Norteamerica,
Pájaros
de La Habana,
Jotos
de Méjico.
Sarasas
de Cádiz,
Apios
de Sevilla,
Cancos
de Madrid,
Floras
de Alicante,
Adelaidas
de Portugal.
¡Maricas
de todoel mundo, asesinos de palomas!
Esclavos
de la mujer. Perras de sus tocadores.
Abiertos
en las plazas con fiebre de abanico
o
emboscados en yertos paisajes de cicuta.
¡No
haya cuartel! La muerte
mana
de vuestros ojos
y
agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No
haya cuartel! ¡¡Alerta!!
Que
los confundidos, los puros,
los
clásicos, los señalados, los suplicantes
os
cierren las puertas de la bacanal.
Y
tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con
la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla
blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas
que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme:
no queda nada.
Una
danza de muros agita las praderas
y
América se anega de máquinas y llanto.
Quiero
que el aire fuerte de la noche más honda
quite
flores y letras del arco donde duermes,
y
un niño negro anuncie a los blancos del oro
la
llegada del reino de la espiga.
Federico
García Lorca. “Poeta en Nueva York”. 1992, Ediciciones Cátedra,
S.A.
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