Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 8 de julio de 2016

Juan Ramón Jiménez (II)



LXXIX
ALEGRÍA


      Platero juega con Diana, la bella perra blanca que se parece a la luna creciente, con la vieja cabra gris, con los niños...
      Salta Diana, ágil y elegante, delante del burro, sonando su leve campanilla, y hace como que le muerde los hocicos. Y Platero, poniendo las orejas de punta, cual dos cuernos de pita, la embiste blandamente y la hace rodar sobre la hierba en flor.
      La cabra va al lado de Platero, rozándose a sus patas, tirando con los dientes de la punta de las espadañas de la carga. Con una clavellina o con una margarita en la boca, se pone frente a él, le topa en el testuz, y brinca luego, y bala alegremente, mimosa igual que una mujer...
      Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con qué paciencia sufre sus locuras! ¡Cómo va despacito, deteniéndose, haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan! ¡Cómo los asusta, iniciando, de pronto, un trote falso!
      ¡Claras tardes del otoño moguereño! Cuando el aire puro de octubre afila los límpidos sonidos, sube del valle un alborozo idílico de balidos, de rebuznos, de risas de niños, de ladreos y de campanillas...






LXXXVIII
TARDE DE OCTUBRE


      Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al colegio. Soledad. El sol de la casa, también con hojas caídas, parece vacío. En la ilusión suenan gritos lejanos y remotas risas...
      Sobre los rosales, aún con flor, cae la tarde, lentamente. Las lumbres del ocaso prenden las últimas rosas, y el jardín, alzando como una llama de fragancia hacia el incendio del poniente, huele todo a rosas quemadas. Silencio.
      Platero, aburrido como yo, no sabe qué hacer. Poco a poco se viene a mí, duda un punto, y, al fin, confiado, pisando seco y duro en los ladrillos, se entra conmigo por la casa...







CIII
LA FUENTE VIEJA


      Blanca siempre sobre el pinar siempre verde; rosa o azul, siendo blanca, en la aurora; de oro o malva en la tarde, siendo blanca; verde o celeste, siendo blanca, en la noche; la fuente vieja, Platero, donde tantas veces me has visto parado tanto tiempo; encierra en sí, como una clave o una tumba, toda la elegía del mundo, es decir, el sentimiento de la vida verdadera.
      En ella he visto el Partenón, las Pirámides, las catedrales todas. Cada vez que una fuente, un mausoleo, un pórtico me desvelaron con la insistente permanencia de su belleza, alternaba en mi duermevela su imagen con la imagen de la Fuente vieja.
      De ella fui a todo. De todo torné a ella. De tal manera está en su sitio, tal armoniosa sencillez la eterniza, el color y la luz son suyos tan por entero, que casi se podría coger de ella en la mano, como su agua, el caudal completo de la vida. La pintó Böcklin sobre Grecia; Fray Luis la tradujo; Beethoven la inundó de alegre llanto; Miguel Ángel se la dio a Rodin.
      Es la cuna y es la boda; es la canción y es el soneto; es la realidad y es la alegría; es la muerte.
      Muerta está ahí, Platero, esta noche, como una carne de mármol entre lo oscuro y blando verdor rumoroso, muerta, manando de mi alma el agua de mi eternidad.










CXX
NOCHE PURA


      Las almenadas azoteas blancas se cortan secamente sobre el alegre cielo azul, gélido y estrellado. El norte silencioso acaricia, vivo, con su pura agudeza.
      Todos creen que tienen frío y se esconden en las casas y las cierran. Nosotros, Platero, vamos a ir despacio, tú con tu lana y con mi manta, yo con mi alma, por el limpio pueblo solitario.
      ¡Qué fuerza de adentro me eleva, cual si fuese yo una torre de piedra tosca con remate de plata libre! ¡Mira cuánta estrella! ¡De tantas como son, marean. Se diría el cielo un mundo de niños; que le está rezando a la tierra un encendido rosario de amor ideal.
      ¡Platero, Platero! ¡Diera yo toda mi vida y anhelara que tú quisieras dar la tuya, por la pureza de esta alta noche de enero, sola clara y dura!







CXXXVI
LA MUY ILUSTRE
CIUDAD DE PLATERO


      Al volver de nuevo a Moguer, como antes lo vi tanto con Platero, no lo puedo ya ver sin él, de modo que ahora voy a todo con su recuerdo.
      A su recuerdo es a quien le hablo, porque no me gusta la soledad y me da la compañía mejor que cualquier persona.
      Además, como viví tanto a su lado, cada lugar despierta nuevos recuerdos de él.
      No es redundancia, es necesidad de apoyarme en su recuerdo porque sin él los míos estarán solos como el sol y la luna del campo sin nosotros.








Juan Ramón Jiménez. “Platero y yo”. 1999, Editorial Optima.



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