Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 1 de julio de 2016

Felipe Benítez Reyes (I)



Fragmentos:



      Eh, vosotros, los muertos, los antepasados, oídme: Morituri te salutant. (Latín auténtico: Morituri te salutant. Lo decían los gladiadores de Roma antes de matarse entre sí y significa <<Los que van a morir te saludan>>. ¿Lo entienden ustedes ahora? Esa es la base de nuestras conversaciones con los cadáveres: Morituri te salutant.) (Nosotros, lo que oímos ya a los leones afilarse las garras en el portón del circo del tiempo.)

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      De todas formas, nos guste o no y en general no nos gusta, lo cierto es que en vísperas de nuestro cuarenta cumpleaños comienzan a suceder fenómenos inéditos dentro de nuestra cabeza. <<¿Como por ejemplo?>> Pues no sé... Resulta difícil explicarlo si no es mediante el procedimiento de dar alaridos de fiera traspasada por una lanza, pero, en fin, digamos que, en líneas generales, te sientes como debe de sentirse un boxeador que se orina de pronto en su calzón de satén escarlata cuando está tirado en medio del ring con la mandíbula rota, rodeado por un tipo que cuenta hasta diez y por otro tipo que parece tener muelles en las zapatillas.
      Y es que a los cuarenta no sólo cambia de repente tu valoración del papel que protagonizas en el teatro circular del mundo, porque te sientes como un actor que, después de pasarse cuatro décadas interpretando diariamente a Segismundo o a Otelo, comprende de la noche a la mañana que le hubiese entusiasmado interpretar al grotesco Sancho Panza en un ballet ruso, brincando con una barriga postiza y con un pantis de colores. No es sólo eso lo que cambia, ya digo. Cambia también la relación con tu conciencia, porque de pronto firmas con ella un pacto basado en acuerdos de mutuo rencor: lo que esa conciencia te impidió ser, lo que hiciste a pesar de tu conciencia...

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      Llegado a este punto, creo mi deber confesar que nunca me ha ido del todo bien con las mujeres. (A Schopenhauer le pasaba exactamente lo mismo.) (Aunque él se vengó minuciosamente en su ensayo sobre ellas, escrito con navaja de barbero: <<No ven más que lo que tienen delante, se fijan sólo en lo presente, toman las apariencias por la realidad...>>.) (El pobre Arthur, con su semen retenido.) Algo hay en mí que no acaba de gustarles, según parece. No creo que ese algo sea concreto: mi nariz, mi boca, etcétera. No creo que se trate de una cuestión de detalle, ya digo, porque mi nariz es normal, etcétera. <<Es posible que la causa sea mi condición de policía>>, me digo a veces, lo que, oído desde fuera, puede parecer una suposición paranoica, pero el caso es que tengo comprobado que la gente recela de un policía aunque no sepa que se trata de un policía: es un instinto. Hasta cuando vamos de paisano se nos nota que nos gusta bregar con la morralla, que nos gusta oír el lamento del reo, su proclamación inútil de inocencia; que nos gusta ver temblar al asesino. Incluso los que estamos en pasaportes nos sentimos poderosos cuando entregamos esa libretilla púrpura que es la llave potencial del mundo: <<Vuela, titular de esta mágica libretilla firmada por el comisario en jefe. Corre a tu agencia de viajes. Conoce países remotos. Y no te preocupes: mis colegas de todo el mundo procurarán que no te roben ni te maten. Ten por seguro que lo procurarán>>. ( Aunque a veces las cosa se nos van de las manos.)

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      Mi amigo Jup Vergara tiene teorías sintéticas sobre casi todo. (Incluso sobre la teoría en sí: <<Una teoría es el carnet de identidad de lo incomprensible>>.) (O sobre la muerte: <<La muerte consiste en mandarse uno mismo a tomar por culo>>.) Mi amigo Jup...Me acuerdo del día en que lo conocí, en el bar Rinoceronte. Cuando le dije que tenía la intención de estudiar Filosofía, me miró con fijeza y seriedad y me dijo: <<Oye, tú, Jomeini (…). Sí, perdona, Yéremi...Pues bien, Yéremí, voy a plantearte un dilema filosófico. Al principio te parecerá un chiste chusco y previsible, pero quiero que captes su estructura profunda, ¿de acuerdo? Bien, veamos...Imagínate que tú y yo vamos en un barco y que ese barco naufraga, ¿de acuerdo? Imagínate que las corrientes marinas nos arrastran a una isla desierta. ¿Me sigues el razonamiento? Bien...Imagínate que nos pasamos cinco años solos en esa isla asquerosa. Imagínate que nos hemos hecho muy amigos: cazamos juntos, pescamos juntos, lloramos juntos, el uno cuida al otro en caso de enfermedad, y así sucesivamente. Pues bien, como en las historias de náufragos masculinos resulta inevitable el factor sodomización, hazte a la idea de que un día me levanto con el pene hecho una roca y que te digo: “Yéremi, viejo camarada, estoy desesperado. No aguanto más. Necesito una mujer. Dios sabe que la necesito. Pero, como aquí no hay mujeres, me conformaría con darte un poco de makumba”. Pues bien, ¿me negarías eso?>>.





Felipe Benitez Reyes. “El pensamiento de los monstruos”. 2002, Tusquets Editores.



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