Fragmentos:
Eh,
vosotros, los muertos, los antepasados, oídme: Morituri te salutant.
(Latín auténtico: Morituri te salutant. Lo decían los gladiadores
de Roma antes de matarse entre sí y significa <<Los que van a
morir te saludan>>. ¿Lo entienden ustedes ahora? Esa es la
base de nuestras conversaciones con los cadáveres: Morituri te
salutant.) (Nosotros, lo que oímos ya a los leones afilarse las
garras en el portón del circo del tiempo.)
***
De
todas formas, nos guste o no ―y
en general no nos gusta―,
lo cierto es que en vísperas de nuestro cuarenta cumpleaños
comienzan a suceder fenómenos inéditos dentro de nuestra cabeza.
<<¿Como por ejemplo?>> Pues no sé... Resulta difícil
explicarlo si no es mediante el procedimiento de dar alaridos de
fiera traspasada por una lanza, pero, en fin, digamos que, en líneas
generales, te sientes como debe de sentirse un boxeador que se orina
de pronto en su calzón de satén escarlata cuando está tirado en
medio del ring con la mandíbula rota, rodeado por un tipo que cuenta
hasta diez y por otro tipo que parece tener muelles en las
zapatillas.
Y
es que a los cuarenta no sólo cambia de repente tu valoración del
papel que protagonizas en el teatro circular del mundo, porque te
sientes como un actor que, después de pasarse cuatro décadas
interpretando diariamente a Segismundo o a Otelo, comprende de la
noche a la mañana que le hubiese entusiasmado interpretar al
grotesco Sancho Panza en un ballet ruso, brincando con una barriga
postiza y con un pantis de colores. No es sólo eso lo que cambia, ya
digo. Cambia también la relación con tu conciencia, porque de
pronto firmas con ella un pacto basado en acuerdos de mutuo rencor:
lo que esa conciencia te impidió ser, lo que hiciste a pesar de tu
conciencia...
***
Llegado
a este punto, creo mi deber confesar que nunca me ha ido del todo
bien con las mujeres. (A Schopenhauer le pasaba exactamente lo mismo.)
(Aunque él se vengó minuciosamente en su ensayo sobre ellas,
escrito con navaja de barbero: <<No ven más que lo que tienen
delante, se fijan sólo en lo presente, toman las apariencias por la
realidad...>>.) (El pobre Arthur, con su semen retenido.) Algo
hay en mí que no acaba de gustarles, según parece. No creo que ese
algo sea concreto: mi nariz, mi boca, etcétera. No creo que se trate
de una cuestión de detalle, ya digo, porque mi nariz es normal,
etcétera. <<Es posible que la causa sea mi condición de
policía>>, me digo a veces, lo que, oído desde fuera, puede
parecer una suposición paranoica, pero el caso es que tengo
comprobado que la gente recela de un policía aunque no sepa que se
trata de un policía: es un instinto. Hasta cuando vamos de paisano
se nos nota que nos gusta bregar con la morralla, que nos gusta oír
el lamento del reo, su proclamación inútil de inocencia; que nos
gusta ver temblar al asesino. Incluso los que estamos en pasaportes
nos sentimos poderosos cuando entregamos esa libretilla púrpura que
es la llave potencial del mundo: <<Vuela, titular de esta
mágica libretilla firmada por el comisario en jefe. Corre a tu
agencia de viajes. Conoce países remotos. Y no te preocupes: mis
colegas de todo el mundo procurarán que no te roben ni te maten. Ten
por seguro que lo procurarán>>. ( Aunque a veces las cosa se
nos van de las manos.)
***
Mi
amigo Jup Vergara tiene teorías sintéticas sobre casi todo.
(Incluso sobre la teoría en sí: <<Una teoría es el carnet de
identidad de lo incomprensible>>.) (O sobre la muerte: <<La
muerte consiste en mandarse uno mismo a tomar por culo>>.) Mi
amigo Jup...Me acuerdo del día en que lo conocí, en el bar
Rinoceronte. Cuando le dije que tenía la intención de estudiar
Filosofía, me miró con fijeza y seriedad y me dijo: <<Oye,
tú, Jomeini (…). Sí, perdona, Yéremi...Pues bien, Yéremí, voy
a plantearte un dilema filosófico. Al principio te parecerá un
chiste chusco y previsible, pero quiero que captes su estructura
profunda, ¿de acuerdo? Bien, veamos...Imagínate que tú y yo vamos
en un barco y que ese barco naufraga, ¿de acuerdo? Imagínate que
las corrientes marinas nos arrastran a una isla desierta. ¿Me sigues
el razonamiento? Bien...Imagínate que nos pasamos cinco años solos
en esa isla asquerosa. Imagínate que nos hemos hecho muy amigos:
cazamos juntos, pescamos juntos, lloramos juntos, el uno cuida al
otro en caso de enfermedad, y así sucesivamente. Pues bien, como en
las historias de náufragos masculinos resulta inevitable el factor
sodomización, hazte a la idea de que un día me levanto con el pene
hecho una roca y que te digo: “Yéremi, viejo camarada, estoy
desesperado. No aguanto más. Necesito una mujer. Dios sabe que la
necesito. Pero, como aquí no hay mujeres, me conformaría con darte
un poco de makumba”. Pues bien, ¿me negarías eso?>>.
Felipe
Benitez Reyes. “El pensamiento de los monstruos”. 2002, Tusquets
Editores.
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