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Algunas
veces, desde que comenzó a vivir libremente, Abel se preguntaba a si
mismo: <<¿Para qué?>>. La respuesta era siempre igual y
también la más cómoda: <<Para nada>>. Y si el
pensamiento insistía: <<No es nada. Así no merece la pena>>,
añadía: <<Me dejo ir. Esto irá a alguna parte>>.
Veía
claro que <<esto>>, su vida, no iba a ninguna parte, que
procedía como los avariciosos que amontonan oro sólo por tener el
placer de contemplarlo. En su caso no se trataba de oro, sino de
experiencia, único provecho de su vida. Sin embargo, la experiencia,
si no se aplica, es como el oro inmovilizado: no produce, no rinde,
es inútil. Y de nada le vale a un hombre acumular
experiencia
como si acumulara sellos. (…)
José Saramago.
“Claraboya”. 2009, Círculo de Lectores.
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