El
Sur
¿Qué
podemos amar que no sea una sombra?
Hölderlin
Mañana,
en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que
la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores
frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y
tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro... Pero a mí nunca
me extrañó. Pensaba entonces que tú eras un mago y que los magos
eran siempre grandes solitarios. Quizás por eso elegiste aquella
casa, a dos kilómetros de la ciudad, perdida en el campo, sin vecino
alguno. Era muy grande para nosotros, aunque así podía venir tía
Delia, tu hermana, a pasar temporadas. Tú no la querías mucho: yo,
en cambio, la adoraba. También teníamos sitio para Agustina, la
criada, y para Josefa, a quien tú odiabas. Aún puedo verla cuando
llegó a casa, vestida de negro, con una falda muy larga, hasta los
tobillos, y aquel velo negro que cubría sus cabellos rizados. No era
vieja, pero se diría que pretendía parecerlo. Tú te negaste a que
viviera en casa. Mamá dijo: <<Es una santa.>> Pero eso a
ti no te conmovía, no creías en esas cosas. <<Está sufriendo
tanto...>>, dijo después. Su marido, alcoholizado, le pegaba
para obligarla a prostituirse. Tampoco esa desgracia logro
emocionarte. Pero ella se fue quedando un día y otro, y tú no te
atreviste a echarla. Y años más tarde fue ella la que incitó a
mamá para que rompiera todas las fotografías tuyas que había por
la casa, a pesar de que acababas de morir. Pero yo no las necesito
para evocar tu imagen con precisión. Y no sabes qué terrible puede
ser ahora, en el silencio de esta noche, la representación nítida
de un rostro que ya no existe. Me parece que aún te veo animado por
la vida y que suena el timbre de tu voz, apagada para siempre.
Recuerdo tu cabello rubio y tus ojos azules que ahora, al traer a mi
memoria aquella sonrisa tuya tan especial, se me aparecen como los
ojos de un niño. Había en ti algo limpio y luminoso y, al mismo
tiempo, un gesto de tristeza que con los años se fue tornando en una
profunda amargura y en una dureza implacable.
Adelaida
García Morales. “EL SUR seguido de BENE”. 1985, Anagrama
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