Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Apsley Cherry-Garrard








      Aunque me resulta difícil encontrar la expresión adecuada para mostrar al lector que esta virginal tierra austral posee múltiples regalos que dilapidar entre quienes la cortejan, diré que el más importante de todos es el de la hermosura. Es posible que los más destacados sean después su esplendor e inmensidad, sus gigantescas montañas e ilimitados espacios, que sobrecogerán a los más indiferentes y aterrarán a los menos imaginativos de los mortales. Pero hay un regalo del que hace entrega con ambas manos, un regalo más prosaico aunque quizá más deseable. Se trata del sueño. No sé si les habrá ocurrido a otros, pero en mi caso no cabe duda de que cuanto más horribles eran las condiciones en que dormíamos, más tranquilizadores y maravillosos eran los sueños que nos visitaban. Algunos dormimos en medio de un infierno de oscuridad, vientos huracanados y nieve arremolinada, sin un techo sobre nuestra cabeza, sin una tienda que nos facilitara el camino de regreso, sin la menor posibilidad de volver a ver a nuestros amigos y sin comida que llevarnos a la boca. Lo único que teníamos era la nieve que se nos metía en los sacos de dormir, que podíamos beber día tras día y noche tras noche. No solo dormíamos profundamente la mayor parte de aquellos días y noches, sino que lo hicimos con una especie de placentera insensibilidad. Queríamos algo dulce para comer, preferiblemente melocotones en almíbar. Pues bien, esa es la clase de sueño que la Antártida le ofrece a uno en el peor de los casos o cuando falta poco para ello. Si realmente ocurre algo peor (o lo mejor) y la Muerte se le aparece a uno en la nieve, vendrá disfrazada de Sueño, y uno la recibirá como a un buen amigo más que como a un terrible enemigo. Tal es el trato que dispensa cuando uno llega al límite del peligro y la privación. Quizás ahora pueda el lector imaginar los profundos y saludables tragos de reposo que da en verano al explorador cuando, cansado tras una larga jornada arrastrando el trineo, y después de una buena cena caliente, se mete en su suave, seco y cálido saco de piel con la luz que se filtra por la tela de seda verde de la tienda, el entrañable olor del tabaco que flota en el ambiente y un único ruido: el que hacen los ponis que hay atados fuera mientras mastican su cena a la luz del sol.

***




      Inglaterra conoce a Scott como héroe, pero del hombre apenas sabe nada. Desde luego, era la persona que más llamaba la atención en nuestra comunidad, que ya era bastante interesante de por sí. Es más, no cabe duda de que su presencia se haría notar en cualquier grupo de seres humanos. Pero pocos de quienes le conocían se daban cuenta de lo tímido y reservado que era, lo cual contribuyó a que se expusiera con harta frecuencia a que lo malinterpretaran.
      Si a esto se añade que era sensible como una mujer y que su susceptibilidad podía llegar a resultar desmedida, se comprenderá que para un hombre de tales características ser jefe podía equivaler a un suplicio, y que la confianza tan necesaria entre un jefe y sus subordinados, que ha de basarse por necesidad en la fe y el conocimiento recíprocos, se volviera en sí mismo más difícil. Era preciso ser una persona comprensiva para darse cuenta rápidamente de cómo era Scott; los demás llegaron a conocerle gracias a la experiencia.
      No era un hombre muy fuerte físicamente; de niño fue debilucho, y llegaron a temer por su vida. Pero estaba bien proporcionado, era ancho de espaldas y recio de pecho, más fuerte que Wilson y menos que Bowers o el marinero Evans. Padecía de indigestiones, y en la cima del glaciar Beardmore me dijo que durante la primera parte del ascenso había pensado que no conseguiría llegar.
      Era de temperamento débil, y fácilmente podría haber sido un autócrata irritable. En realidad sufría cambios de humor y depresiones que podían durarle semanas, de las cuales hay abundantes testimonios en su diario. Las personas nerviosas acaban las cosas que empiezan, pero a veces lo pasan fatal mientras las hacen. Scott lloraba con más facilidad que ningún hombre de los que he conocido.
      Lo que le salvaba era el carácter: estaba hecho de una fibra excelente que recorría su débil persona por dentro y por fuera y le permitía mantenerse entero. Sería estúpido decir que poseía todas las virtudes: tenía poco sentido del humor, por ejemplo, y no sabía juzgar a los hombres; pero basta con leer una sola de las páginas que escribió durante sus últimos días para percibir su sentido de la justicia. Para él la justicia era Dios. En realidad, creo que el lector hará bien en leer todas esas páginas; y si ya las ha leído en una ocasión, es probable que vuelva a leerlas. No le hará falta mucha imaginación para comprobar qué clase de hombre era.
      A pesar de las enormes depresiones que le atenazaban, se daba en él la combinación más impresionante de fortaleza de ánimo y fuerza física que yo haya conocido nunca. ¡Y ello se debía precisamente a lo débil que era! Aunque por naturaleza fuera picajoso, irritable, nervioso, taciturno y propenso al abatimiento, en la práctica tenía tanto afán de superación como vitalidad, empuje y determinación, y además poseía encanto y magnetismo personal. Era por naturaleza un hombre holgazán; él mismo ha dejado constancia de ello. Fue pobre en su día, y le aterraba dejar en apuros a quienes dependían de él. El lector encontrará abundantes pruebas de todo esto en sus últimas cartas y comunicados.
      Scott pasará a la historia como el inglés que conquistó el polo Sur y que murió de la forma más honorable que pueda imaginar. Cosechó muchos triunfos, pero no cabe duda de que el más importante de todos fue el conseguir vencer su debilidad y convertirse en un jefe fuerte al que empezamos obedeciendo y acabamos queriendo.

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      Diario de Scott.

      Jueves, 29 de marzo. Desde el día 21 hemos tenido un vendaval del oestesuroeste que no ha dejado de soplar en ningún momento. El 20 nos quedaba combustible para preparar dos tazas de té para cada uno y la comida justa para dos días. No ha habido día en que no hayamos intentado salir en dirección a nuestro depósito, que se encuentra a 11 millas, pero fuera de la tienda lo único que se ve es un remolino de nieve. Creo que ya no podemos esperar que mejore la situación de ninguna manera. Aguantaremos hasta el final, pero estamos cada vez más débiles, por supuesto, y ya no debe de quedarnos mucho.
      Me parece una lástima, pero creo que no puedo seguir escribiendo

R. SCOTT

      Ultima anotación: Dios mío, por lo que más quieras, cuida de nuestra gente.

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      A continuación un par de fragmentos de las cartas escritas por Scott y halladas junto a su diario.

      Nos encontramos en una situación desesperada, con los pies congelados, etc. No hay combustible, y la comida nos queda muy lejos, pero te reconfortaría estar en nuestra tienda, oír nuestras canciones y nuestra animada conversación acerca de lo que haremos cuando lleguemos a la punta de la Cabaña.
      Más tarde. Tenemos las horas contadas, pero ni hemos perdido el ánimo ni vamos a perderlo. Llevamos cuatro días dentro de la tienda a causa de la tormenta, y no queda nada de comida ni de combustible. Nuestra intención era quitarnos la vida si las cosas se ponían así, pero hemos decidido morir de forma natural cuando corresponda.

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      Si hubiéramos vivido, habría podido contar una historia acerca de la resolución, la entereza y el coraje de mis compañeros que habría conmovido el corazón de todos y cada uno de los ingleses. Tendrán que ser estas improvisadas notas y nuestros cadáveres los que la cuenten, pero estoy completamente seguro de que un país grande y rico como el nuestro se ocupará de que quienes dependen de nosotros tengan su bienestar debidamente asegurado.

R.SCOTT



Apsley Cherry-Garrard. “El peor viaje del mundo (La expedición de Scott al polo Sur)”. 2017, Biblioteca Grandes Viajeros.


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