La
edad de oro
Antes
que Jove, nadie cultivaba los campos,
ni
se ponían cotos ni linderos en ellos;
la
tierra era común: lo daba todo con largueza
y
producía frutos por sí misma, abundante.
Fue
él quien intridujo el veneno en las sierpes,
quien
prescribió a los lobos el pillaje
y
al mar el movimiento, quien despojó
a
las hojas de su miel y retiró el fuego,
y
secó los ríos de vino por doquier fluían.
Lo
hizo a fin de que el ingenio de los hombres
forjase
poco a poco las variadas artes,
y
buscase en los surcos el trigo, y descubriese
el
fuego oculto entre las venas del pedernal.
Fue
entonces cuando, por primera vez,
sintieron
los ríos el peso de los huecos
alisos;
cuando el marinero dio nombre a las estrellas:
Pléyades,
Híades y la Osa brillante de Licaón;
fue
entonces cuando se empezó a cazar fieras
con
trampas, engañándolas con lazos y con cebos,
y
a rodear con perros los dilatados bosques.
Los
misterios de la naturaleza
Recíbanme
las Musas, criaturas dulcísimas,
cuyos
sagrados ritos celebro
y
en cuyo amor me consumo.
Muéstrenme
los caminos del cielo, las estrellas,
los
diversos eclipses del sol y de la luna;
por
qué tiembla la tierra; con qué fuerza los mares
profundos,
sin barreras, se hinchan y calman;
por
qué el sol del invierno se apresura a bañarse
en
el Océano; qué detiene a las noches de estío.
Mas
si no puedo conocer estos secretos de la Naturaleza,
y
el torno al corazón se me hiela la sangre,
agrádenme
los campos y las aguas que riegan
los
valles; que, sin gloria, ame ríos y selvas.
¡Oh
campos, y Esperqueo, y Taigeto festivo,
en
cuya falda danzan las doncellas laconias!
¿Dónde
estáis? ¡Oh fresquísimas hondonadas del Hemo!
¡Quién
pudiera llegarse hasta allí y cobijarse
bajo
la sombra protectora de vuestras ramas!
ANTOLOGÍA
DE LA POESÍA LATINA. 2004, Alianza Editorial.
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