ESPEJO A LAS 4 DE LA
MADRUGADA
Debes presentarte
ante ellos de soslayo,
en habitaciones con
telarañas de sombras,
observar a
hurtadillas su vacío
sin que ellos
te devuelvan la
mirada.
El secreto consiste
en que incluso la
cama vacía es para ellos una carga,
una pretensión.
Nunca son tan ellos
mismos
como con la compañía
de una pared blanca,
con la compañía
del tiempo y la eternidad
que, implorando tu
perdón,
no proyectan ninguna
imagen
cuando se admiran a
sí mismos en el espejo,
mientras tú
permaneces a un lado
sacando un pañuelo
para secarte la
frente a escondidas.
RELAJARSE EN UN
MANICOMIO
Ya habían unido las
lágrimas de la noche a los
cristales de las
ventanas.
El general estaba ocupado con la granja
El general estaba ocupado con la granja
de hormigas en su
cabeza.
Los santos ardían
en sus tumbas, todos
excepto uno que era
el prisionero de una estrella de cine
de pelo negro.
Moisés llevaba una
barba postiza al igual que Lincoln.
X reprodujo el
método socrático de interrogatorio
demostrando la
ignorancia del techo.
“Me han robado el
secreto de la caja musical
de cerillas”,
confesó Adán.
“El gallo más
grande del mundo iba a hacerme
famosa”, dijo Eva.
¡Oh, correr desnudo
sobre la oscura pradera después de
la ducha fría!
En el pabellón
blanco la enfermera
estaba convirtiendo
el agua
en vino.
Démonos prisa,
comienza a oscurecer.
EL CAMINO A LAS
NUBES
Tu ropa interior y
la mía,
volaron por toda la
habitación
como una tormenta de
plumas blancas
golpeando la ventana
y el techo.
Algo parecido a una
risa reprimida
está en el aire
cuando yacemos en
dulce contento
alejándonos hacia
el sueño
con las copas de los
árboles en luz púrpura
y el recuerdo
repentino
de montar en
bicicleta
sin usar las manos
bajando por un
camino escarpado y sinuoso
hacia el mar azul.
LUZ DE OCTUBRE
Esa misma luz con la
que la vi por última vez
me hizo cerrar ahora
los ojos ensimismados
recordando cómo
ella se sentaba en el jardín
con un chal rojo
sobre los hombros
y un pequeño libro
en su regazo,
y en cómo una vez
alzó la vista durante mucho tiempo
con la claridad del
día sobre su cara,
como si estuviera
sopesando algo de suma gravedad
que acababa de leer
al menos un par de veces,
con el cielo
despejado y abierto a la mirada,
porque las hojas ya
habían caído
y permanecían
quietas alrededor de sus dos pies.
Charles Simic.
“Paseando al gato negro”. 2017, Valparaíso.
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