DEJAR
DE SER HOMBRE
Estoy
cada vez más seguro de que el ser humano es un animal desgraciado,
abandonado en el mundo, condenado a encontrar una manera de vivir
propia, inédita en la naturaleza. Su supuesta libertad le hace
sufrir más que cualquier forma de vida cautiva
en la naturaleza. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que el
ser humano llegue a veces a estar celoso de una planta, de una flor.
Para querer vivir como un vegetal, crecer enraizado, desarrollarse y
luego marchitarse bajo el sol con una perfecta inconsciencia, para
desear participar en la fecundidad de la tierra, ser una expresión
anónima del curso de la vida, no hay que poseer la mínima esperanza
respecto al sentido que la humanidad pueda tener. ¿Por qué no
cambiaría yo mi existencia por la de un vegetal? Sé ya lo que
significa ser hombre, tener ideales y vivir en la historia: ¿qué
puedo esperar aún de semejantes realidades? Ser hombre es
ciertamente algo capital, trágico, dado que el hombre vive en una
categoría de existencia radicalmente nueva, mucho más compleja y
dramática que la naturaleza. A medida que nos alejamos de la
condición del ser humano, la existencia pierde intensidad dramática.
El hombre tiende constantemente a arrogarse el monopolio del dramay
del sufrimiento; de ahí que la salvación represente para él un
problema tan candente e insoluble. Yo no puedo sentir el orgullo de
ser hombre, porque he vivido ese fenómeno hasta sus últimas
consecuencias. Sólo quienes no lo han vivido intensamente pueden
sentirlo, puesto que no hacen más que seguir intentando llegar a ser
hombres. La fascinación que sientes es totalmente natural: nada más
comprensible que quienes apenas han superado el estadio animal o
vegetal aspiren a la condición de seres humanos. Pero quienes saben
lo que ella significa intentan convertirse en todo menos en eso. Si
yo pudiera, adoptaría cada día una forma diferente de vida animal o
vegetal, sería sucesivamente todas las especies de flores: rosa,
espino, mala hierba, árbol tropical de ramas retorcidas, alga marina
mecida por las olas, o vegetación de las montañas a merced del
viento; o si no pájaro de canto melodioso o ave rapaz de grito
estridente, ave migratoria o sedentaria, animal del bosque o
doméstico. Me gustaría experimentar la vida de todas esas
variedades de seres con un frenesí salvaje e inconsciente, recorrer
toda la esfera de la naturaleza, transformarme con una gracia
ingenua, sin afectación, como víctima de un proceso natural.
¡Cuánto me gustaría aventurarme en los nidos y en las grutas, en
los desiertos montañosos y marinos, en las colinas y en las
llanuras! Sólo una evasión cósmica semejante, vivida según el
arabesco de las formas vitales y lo pintoresco de las plantas, podría
despertar en mí el deseo de volver a ser hombre. Porque, si la
diferencia entre el animal y el ser humano consiste en que el primero
no puede ser más que animal mientras que el segundo puede dejar ser
hombre ―es
decir, algo diferente de sí mismo―,
yo soy entonces la negación de un ser humano.
TRANSUBSTANCIACION
DEL AMOR
Lo
irracional desempeña un papel capital en el nacimiento del amor, al
igual que la impresión de fundirse, de disolverse, en la sensación
del amor. El amor es una forma de comunión y de intimidad: nada
podría expresarlo mejor que el fenómeno subjetivo de la disolución,
del derrumbamiento de todas las barreras de la individualización.
¿Acaso el amor no es a la vez, paradójicamente, lo universal y lo
singular por excelencia? La verdadera comunión sólo puede
realizarse a través de lo individual. Amo a un ser, pero como éste
es el símbolo del todo, participo de la esencia del todo de manera
ingenua e inconsciente. Esta participación universal supone la
especificación del objeto, pues no puede existir un acceso a lo
total sin el acceso absoluto a un ser individual. La vaguedad y la
exaltación del amor surgen de un presentimiento, de la presencia
irracional en el alma del amor en general, que alcanza entonces su
paroxismo. El amor verdadero es una cumbre que la sexualidad
menoscaba. ¿Acaso la sexualidad no alcanza también cimas? ¿No
permite paroxismos únicos? Sin embargo, ese curioso fenómeno que es
el amor expulsa la sexualidad del centro de la conciencia, a pesar de
que no se pueda concebir un amor sin sexualidad. El ser amado crece
entonces en nosotros, purificado y obsesionante, aureolado de
transparencia y de intimidad, las cuales convierten la sexualidad en
algo marginal, si no de hecho al menos subjetivamente. Entre los
sexos no hay amor espiritual, sino una transfiguración carnal en la
que la persona amada se identifica con nosotros hasta producirnos la
ilusión de la espiritualidad. Entonces únicamente surge la
sensación de disolución, en la que la carne tiembla con un
estremecimiento total y deja de ser resistencia y obstáculo para
abrasarse gracias a un fuego interior, para fundirse y perderse.
E.
M. Cioran. "En las cimas de la desesperación". 2009,
Tusquets editores.
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