Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 9 de abril de 2018

E. M. Cioran (I)




DEJAR DE SER HOMBRE


      Estoy cada vez más seguro de que el ser humano es un animal desgraciado, abandonado en el mundo, condenado a encontrar una manera de vivir propia, inédita en la naturaleza. Su supuesta libertad le hace sufrir más que cualquier forma de vida cautiva en la naturaleza. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que el ser humano llegue a veces a estar celoso de una planta, de una flor. Para querer vivir como un vegetal, crecer enraizado, desarrollarse y luego marchitarse bajo el sol con una perfecta inconsciencia, para desear participar en la fecundidad de la tierra, ser una expresión anónima del curso de la vida, no hay que poseer la mínima esperanza respecto al sentido que la humanidad pueda tener. ¿Por qué no cambiaría yo mi existencia por la de un vegetal? Sé ya lo que significa ser hombre, tener ideales y vivir en la historia: ¿qué puedo esperar aún de semejantes realidades? Ser hombre es ciertamente algo capital, trágico, dado que el hombre vive en una categoría de existencia radicalmente nueva, mucho más compleja y dramática que la naturaleza. A medida que nos alejamos de la condición del ser humano, la existencia pierde intensidad dramática. El hombre tiende constantemente a arrogarse el monopolio del dramay del sufrimiento; de ahí que la salvación represente para él un problema tan candente e insoluble. Yo no puedo sentir el orgullo de ser hombre, porque he vivido ese fenómeno hasta sus últimas consecuencias. Sólo quienes no lo han vivido intensamente pueden sentirlo, puesto que no hacen más que seguir intentando llegar a ser hombres. La fascinación que sientes es totalmente natural: nada más comprensible que quienes apenas han superado el estadio animal o vegetal aspiren a la condición de seres humanos. Pero quienes saben lo que ella significa intentan convertirse en todo menos en eso. Si yo pudiera, adoptaría cada día una forma diferente de vida animal o vegetal, sería sucesivamente todas las especies de flores: rosa, espino, mala hierba, árbol tropical de ramas retorcidas, alga marina mecida por las olas, o vegetación de las montañas a merced del viento; o si no pájaro de canto melodioso o ave rapaz de grito estridente, ave migratoria o sedentaria, animal del bosque o doméstico. Me gustaría experimentar la vida de todas esas variedades de seres con un frenesí salvaje e inconsciente, recorrer toda la esfera de la naturaleza, transformarme con una gracia ingenua, sin afectación, como víctima de un proceso natural. ¡Cuánto me gustaría aventurarme en los nidos y en las grutas, en los desiertos montañosos y marinos, en las colinas y en las llanuras! Sólo una evasión cósmica semejante, vivida según el arabesco de las formas vitales y lo pintoresco de las plantas, podría despertar en mí el deseo de volver a ser hombre. Porque, si la diferencia entre el animal y el ser humano consiste en que el primero no puede ser más que animal mientras que el segundo puede dejar ser hombre es decir, algo diferente de sí mismo, yo soy entonces la negación de un ser humano.





TRANSUBSTANCIACION DEL AMOR


      Lo irracional desempeña un papel capital en el nacimiento del amor, al igual que la impresión de fundirse, de disolverse, en la sensación del amor. El amor es una forma de comunión y de intimidad: nada podría expresarlo mejor que el fenómeno subjetivo de la disolución, del derrumbamiento de todas las barreras de la individualización. ¿Acaso el amor no es a la vez, paradójicamente, lo universal y lo singular por excelencia? La verdadera comunión sólo puede realizarse a través de lo individual. Amo a un ser, pero como éste es el símbolo del todo, participo de la esencia del todo de manera ingenua e inconsciente. Esta participación universal supone la especificación del objeto, pues no puede existir un acceso a lo total sin el acceso absoluto a un ser individual. La vaguedad y la exaltación del amor surgen de un presentimiento, de la presencia irracional en el alma del amor en general, que alcanza entonces su paroxismo. El amor verdadero es una cumbre que la sexualidad menoscaba. ¿Acaso la sexualidad no alcanza también cimas? ¿No permite paroxismos únicos? Sin embargo, ese curioso fenómeno que es el amor expulsa la sexualidad del centro de la conciencia, a pesar de que no se pueda concebir un amor sin sexualidad. El ser amado crece entonces en nosotros, purificado y obsesionante, aureolado de transparencia y de intimidad, las cuales convierten la sexualidad en algo marginal, si no de hecho al menos subjetivamente. Entre los sexos no hay amor espiritual, sino una transfiguración carnal en la que la persona amada se identifica con nosotros hasta producirnos la ilusión de la espiritualidad. Entonces únicamente surge la sensación de disolución, en la que la carne tiembla con un estremecimiento total y deja de ser resistencia y obstáculo para abrasarse gracias a un fuego interior, para fundirse y perderse.



E. M. Cioran. "En las cimas de la desesperación". 2009, Tusquets editores.




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