Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 27 de enero de 2016

Julio Cortázar



Fragmentos "Imagen de John Keats":




ROMANTICISMO



      La palabra romanticismo suena mal en esos oídos donde el demonio de la asociación fácil provoca de inmediato algunos ecos cis y transpirenaicos,
      Zorrilla, el duque de Rivas,
      Espronceda
      Hernani, los chalecos rojos,
      Musset, Chopin, George Sand,
      y ni hablar de las penas del joven Werther,
      sauces llorones Amalia
que poco o nada tienen de vivo en estos tiempo de un romanticismo más original (de <<origen>>) como, por ejemplo, el surrealismo. A ellos les recuerdo que el romanticismo inglés se da con rasgos diferenciales que lo sitúan frente al alemán y al francés, en el plano en que vemos a Mozart con relación a Beethoven. En el gran romanticismo inglés no hay egotismo al modo cultivadamente subjetivista de Lamartine o Musset; 
      no hay mal del siglo endémico. La idea general consiste en que el mundo es deplorable, pero la vida en o contra el mundo guarda toda su belleza y puede, en la realización personal, transformarlo.



***





RELATO DE LOU



      Crucé al Lido una fría tarde de febrero, después que el viento en la Riva degli Schiavoni me había tijereteado las orejas, obligándome a entrar una y otra vez en los bodegones para, so pretexto de un bicchiere di rsso, absorber el calor espeso y fragante de los interiores venecianos, llenarme por otro rato de tibieza. El vaporetto me puso en una explanada abierta a todos los látigos del día, y por una calle flanqueada de hoteles muertos salí en busca del mar que retumbaba al otro lado de la isla.
      Llegué, y el Adriático estaba amarillo y rabioso, tirándose contra la playa en bandazos que lo dejaban extenuado, para volver al punto con una obstinación de maniático. Hundido en la arena que me entraba sus hilos de frío por los zapatos, miré el horizonte imaginando que la mirada seguía ya fuera de mí para siempre hasta los archipiélagos que no me sería dado alcanzar en ese viaje. El vasto lungomare, la costanera que el verano de Lido pone en su justa percha, se alargaba interminable hasta una plaza batida por remolinos terribles, que me vio llegar luchando agobiado contra tanta tristeza agresiva. Comprendía que eso no era el Lido, que los lugares tienen su tiempo como las mujeres o las canciones. Todo cerrado, los enormes hoteles internacionales, las villas, los teatros. Vencido por una repentina soledad, la angustia de estar sin nadie en ese anfiteatro para multitudes ausentes, huí de la playa, crucé vagas calles con árboles, me sumí en una vía vegetal y serena donde el viento cedía de pronto, donde un cielo privado se iba poniendo azul entre los árboles, con chicos en bicicleta y familias endomingadas paseando de la mano por su barrio.
      No quería volver aún a Venecia, y cuando vi la laguna desde el hueco de un callejón lateral, me fui por él hasta el malecón donde un agua absurdamente mansa chapoteaba. (A tan poc adistancia, en la orilla opuesta, el mar batiendo fragoroso.) Todo allí era sereno, verde, húmedo. Calmado el viento, de la laguna ascendía la tibieza de un sol resbalando en cabrilleos que corrían, con regatas alegrísimas, hacía el fondo, entre pilones de amarre, por sobre la laguna estremecida, hasta Venecia lejana que surgía de oro y limón con su Riva, con el terrón de azúcar rosa del Palazzo Ducale. Me senté en el suelo, <<en la amistad de mis rodillas>>, como dice St J. Perse, y en mi libreta empecé un dibujo de Venecia que iba pareciéndose bastante, con profunda sorpresa de mi parte.
      Ella vino, un poco dudando, se quedó de pie al borde de la distancia. No era bella, pero sonreía para mí. Creí que espiaba mi dibujo, y cerrando la libreta le pregunté en francés (¿por qué en francés?) si le gustaba el color del agua. Hizo un gesto de incomprensión. Era un gesto sajón, entonces hablamos y Lou me contó sus rutas de Italia, su casa de California, la necesidad de anexarse el mundo día a día.
      Al oscurecer tomamos el vaporetto. Ya no se podía hablar en el incendio del crepúsculo, el diluvio de plumas de fuego, de metales verdes, de espejismos negros. Estábamos en la proa, y mi mano encontraba la mano pequeña y fría de Lou.
      ―Si se puede ser digno de semejante hora le dije.
     Lou callaba, mirando las cúpulas que volvían a nosotros, las figuras de los muelles recobrando color, movimiento, voces. Casi en un susurro le oí decir:

                       O, that our dreaming all of sleep or wake
                       Would all their colours from the sunset take:
                        From something of material sublime,
                        Rather than shadow our own soul´s day-time
                        In the dark void of night...

      (Oh, si lo que soñamos dormidos o despiertos/ tomara sus colores del   crepúsculo / algo de la sublime materia, / en vez de oscurecer el día de nuestra alma / en el foso vacío de la noche...)
                                                                            (AJ, H, Rreynolds, vv 67-71)

       ―John Keats a Reynolds dije vanamente.
      Lou miraba la proa, la doble fuga del agua tersa bajo la cuchilla que casi blandamente entraba en ella. La sentí temblar
      en el extremo el deseo; luchaba como John por salvar ese día, por asumir en su recuerdo los colores del ocaso que mañana, en algún incierto andar, teñirían de verdad sus sueños.

***








La última jornada de Endimión se cumplirá en la tierra, por derecho propio, y la aparición de la doncella india prueba que la <<iniciación>> del pastor en los misterios elementales lo ha devuelto al reino del hombre. En el melancólico canto de la joven a la tristeza,
      que aisladamente vale como uno de los más bellos poemas de John, asoma por primera vez un curioso tema, que volveremos a encontrar y contiene, en un nuevo símbolo su búsqueda de conciliación, sin renuncia, del hombre con su destino. Es el tema de los contrarios, de la coexistencia antagónica en cada fuerza. Los pares cabalísticos, negro y blanco, Dios y diablo, pero atenidos a los sentimientos, al hecho de que toda pasión contenga su anticuerpo y que como dice Coleridge <<los opuestos tienden a atraerse y a atemperarse entre sí>>. La tristeza es dulce enemiga, canta la joven india, y contiene en sí una fascinación de la que no es posible librarse.

                           To Sorrow,
                           I bade good morrow,
                          And thought to leave her far away behind;
                          But cheerly, cheerly,
                         She loves me dearly;
                         She is so constant to me, and so kind:
                        I would deceive her
                       And so to leave her,
                       But ah! She is so constant and so kind.

       (De la tristeza / me despedí, / creyendo dejarla muy atrás; / pero ¡albricias!, ¡albricias!, / tanto me quiere, / me es tan fiel y es tan buena; / quisiera engañarla, / y así abandonarla, / ¡ah! pero es tan fiel y tan buena.)


(IV, vv. 173-182)



Julio Cortázar. "Imagen de John Keats". 1996, Alfaguara.



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