Fragmentos:
Vi
en una greguería de Pedro Jesús Luque que el número de teléfono
del diablo era el 666, y lo marqué, porque siempre he confiado en
que la verdad prefiera refugiarse en alguna habitación de la
literatura antes que someterse al aire libre de la realidad, un lugar
obsoleto por el que circulan demasiados zombies.
Así
que no llegó a asombrarme que al otro lado me contestara la
secretaria del diablo, aunque de cualquier forma, como no tenía qué
proponerle, colgué sin decirle nada. Al menos ya sabía que, en
efecto, el 666 era el número del diablo. Ya sólo me faltaba un buen
canje que proponerle. Mi alma a cambio de qué o de quién.
***
Recuerdo,
a este respecto, una anécdota de Juan Ramón Jiménez, que luego de
firmar un artículo contra alguien, recibió la invitación del
afectado a batirse en combate de boxeo, a lo que el poeta contestó:
<<Encantado de pelear contra usted, aunque dado que yo no sirvo
para esos menesteres, permítame que contrate en mi lugar a un burro
que iguale la condición de usted, y estaré encantado de reconocer
su victoria si usted le parte la cara a mi sustituto antes de que él,
en mi nombre, se la rompa a usted>>. Dado que la palabra
empleada por aquel editor quejoso era precisamente <<burrada>>,
creo que la anécdota no puede venir más a cuento.
***
Vicente
Aleixandre escribió, refiriéndose a otra cosa, sin esperar que un
día sus palabras pudieran aludir a la televisión, este verso:
<<Tras el cristal la rosa sigue siendo rosa, pero no hueles>>.
La realidad tampoco huele tras el cristal de la televisión, ni
siquiera duele, de ahí que todo lo que va apareciendo en ese espacio
irreal donde acontecen existencias paralelas, pierda sus tintes de
tragedia (porque en verdad la historia del señor enamorado de la
extraterrestre era muy triste) y se convierte en broma. Porque en
televisión siempre es 28 de diciembre, como si la programación no
fuera más que un perpetuo homenaje a Joey Skaggs, al que, por qué
no, también se le pudo ocurrir la guerra de Bosnia o el espeluznante
reportajes sobre los orfelinatos para niñas en China.
***
Pero,
nadie es perfecto, la rosa del realista no olerá. Y entre una rosa
viva y otra pintada (por muy viva que parezca) uno preferirá siempre
la que huele, de la misma manera que preferirá un frigorífico de
verdad a uno pintado. (Pero si el pintado se tasa en unos cientos de
millones, la cosa cambia, aunque la razón del cambio no sea el
criterio artístico sino la ambición mercantil.)
Juan
Bonilla. “EL ARTE DEL YO-YO”. 1996, Pre-Textos, Narrativa.
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