Fragmentos "Imagen de John Keats":
Con
Tom, con la lluvia, vienen los recuerdos. Nada de autobiografía,
nada que informar. Pero su triste, horrible infancia,
de
la que tan poco sabemos, salvo que debió de ser sórdida, mezquina,
con la escuela estridente y el olor a jabón barato, los problemas de
aritmética en oscuros cubículos, la murria, los amores secretos,
y
el nacer de la adolescencia,
¿qué
sabemos de sus noches
de
los dieciséis años, de sus primeros sobresaltos de hombre, de su
contenido fervor?
Llueve
en Teignmouth y el pasado retorna. Qué grandeza la de John, no
montar jamás un poema sobre el engarce fácil de ese pasado. Cómo
se empequeñecen Wordsworth y Baudelaire a su lado...
Mi
juventud sólo fue una tenebrosa tormenta...
(el
mendigo)
Y
hasta Rimbaud, <<esclavo de su bautismo>>, de su infancia
terrible que debió parecerse a la de John. El consejo gideano: <<No
aprovecharse nunca del impulso adquirido>>, se cumple en Keats
que rechaza toda organización fácil de recuerdos. Su poesía es
siempre una construcción. No evoca nunca: invoca.
***
NOVIEMBRE
El
primero de noviembre desembarcaron en Nápoles. El mismo día John
escribió su penúltima carta.
<<
Mi querido Brown:
Ayer
acabamos la cuarentena, durante la cual mi salud sufrió más por el
aire viciado de un camarote sofocante, que en todo el viaje. El aire
fresco me reanimó un poco, y esta mañana espero estar lo bastante
bien para escribirte una carta breve y tranquila. Si es que puedo
llamarse así a ésta, en la que tengo miedo de hablar de aquello en
que más quisiera demorarme. Puesto que lo he dicho, debo seguir otro
poco...quizá sirva para aliviar el peso del infortunio que me
oprime. La convicción de que no la veré más me matará. No
puedo...Mi querido Brown, debí hacerla mía cuando estaba sano, y
hubiera continuado sano. Puedo soportar la muerte...pero no soporto
dejarla. ¡Oh, Dios, Dios, Dios! Todo lo que en mi equipaje me trae
su recuerdo, es como una lanza que me traspasa. La seda con que forró
mi gorra de viaje, me abrasa la cabeza. La imagino con horrible
vividez... la veo... la escucho. Nada hay en el mundo lo bastante
interesante para apartarme de ella un momento. Así ocurrió cuando
estaba en Inglaterra; no puedo recordar sin estremecerme el tiempo
que pasé prisionero en casa de Hunt, y me estaba todo el día con
los ojos fijos en Hamsptead. Entonces tenía la esperanza de volver a
verla... ¡Pero ahora! ¡Ah, si pudiera ser sepultado cerca de donde
vive! Tengo miedo de escribirle... de recibir una carta suya... Ver
su letra me destrozaría el corazón... Incluso una noticia sobre
ella, ver su nombre escrito, sería más de lo que soy capaz de
soportar. MI querido Brown ¿qué puedo hacer? ¿Dónde mirar en
busca de consuelo o alivio? Si tuviese alguna probabilidad de
recobrarme, esta pasión me mataría... Sí, a lo largo de toda mi
enfermedad tanto en tu casa como en Kentish Town, esta fiebre no ha
cesado de consumirme. Cuando me escribas, lo que harás en seguida,
dirige la carta a Roma (poste restante); si ella está bien y es
feliz, pon una marca así +; si...
Transmite
mis recuerdos a todos. Trataré de soportar pacientemente mis
desgracias. Una persona en mi estado de salud no debería tener que
soportarlas. Escribe unas líneas a mi hermana, diciéndole que
tuviste noticias mías. Severn está muy bien. Si yo me sintiera
mejor, insistiría para que vinieses a Roma. Me temo que nadie pueda
traerme ningún alivio. ¿Hay noticias de George? ¡Oh, si algo
afortunado nos hubiera ocurrido alguna vez a mí o a mis hermanos!
Podría, entonces, tener esperanzas; pero la desesperanza me ha sido
impuesta como una costumbre. Querido Brown, defiéndela siempre,
hazlo por mí. No puedo decir una palabra de Nápoles; no me interesa
ninguna de las mil novedades que me rodean. Tengo miedo de
escribirle... quisiera que ella supiera que no la olvido. Oh, Brown,
siento un fuego en el pecho. Me asombra que el corazón humano sea
capaz de contener y soportar tanta desgracia. ¿Nací para este fin?
¡Dios la bendiga, y bendiga a su madre, a mi madre, a mi hermana, a
George, a su mujer, a ti, y a todos!
Tu
amigo que te quiere,
John
Keats.>>
***
<<Poco
o ningún cambio se ha producido>>, escribe Severn el 14 de
febrero, <<salvo éste muy hermoso: que su espíritu está
entrando en una gran quietud y paz. Creo que el cambio tiene que ver
con la creciente debilidad de su cuerpo, pero a mí me parece un
sueño delicioso, tanto me he debatido en la tempestad de su
espíritu...>> En esto días inventó John su epitafio: AQUÍ
YACE ALGUIEN CUYO NOMBRE FUE ESCRITO EN EL AGUA. Ordenaba, como en un
poema misterioso que nadie escribiría, las imagenes sepulcrales que
eran su sola paz presente. Un día le dijo a Severn: <<Siento
crecer las flores sobre mí>>. Y como quien selecciona su
equipaje
—así
el joven faraón bajaba al hipogeo con sus juguetes más queridos—
pide
que las cartas de las dos Fannys queden con él en su ataúd, y luego
cambia de idea y sólo quieres una carta y un mechón de cabello de
su hermana,
y
se mide en ese instante el horror de una pasión que tiene miedo de
prolongarse más allá, de abrir con ella las puertas del silencio.
El
23 de febrero, hacia las cuatro, John recibe la señal. Severn,
velando a su lado, no ha comprendido todavía, y él se lo explica
con palabras que sólo el jadeo hace entrecortadas:
<<Severn,
yo... incorpórame... me estoy muriendo... moriré tranquilamente...
No te asustes... sé fuerte... y gracias a Dios que esto se acaba>>.
El resto es su cuerpo, privado de conciencia, resbalando suavemente
hacia el instante en que el pecho crece por última vez y cede sin
esfuerzo a la quietud.
Julio
Cortázar. “Imagen de John Keats”. 1996, Alfaguara.