EL
HOMBRE, ANIMAL INSOMNE
Alguien
ha dicho que el sueño equivale a la esperanza: intuición admirable
de la importancia tremenda del sueño ―como
asimismo del insomnio. Este representa una realidad tan colosal que
me pregunto si el ser humano no sería un animal incapacitado para el
sueño. ¿Por qué calificarlo de animal razonable cuando se puede
encontrar en ciertos animales tanta razón como se quiera? Por el
contrario, no existe en toda la naturaleza otro animal que desee
dormir sin lograrlo. El sueño hace olvidar el drama de la vida, sus
complicaciones, sus obsesiones; cada despertar es un nuevo comienzo y
una nueva esperanza. La vida conserva así una agradable
discontinuidad, que da la impresión de una regeneración permanente.
Los insomnios engendran, por el contrario, el sentimiento de la
agonía, una tristeza incurable, la desesperación. Para el ser
humano que goza de buena salud ―es
decir, el animal―.
es inútil interrogarse sobre el insomnio: él ignora la existencia
de individuos que lo darían todo por adormecerse, seres obsesos de
la cama que sacrificarían un reino por volver a hallar la
inconsciencia que la terrorífica lucidez de las vigilias les ha
brutalmente arrebatado. El vínculo que existe entre el insomnio y la
desesperación es indisoluble. Pienso incluso que la pérdida total
de la esperanza es inconcebible sin la colaboración del insomnio. La
única diferencia existente entre el paraíso y el infierno es que en
el primero se puede dormir todo lo que se quiera, mientras que en el
segundo no se duerme nunca. ¿Acaso Dios no castigó al hombre
quitándole el sueño y dándole el conocimiento? ¿No es la
privación del sueño el castigo mayor que existe? Resulta imposible
amar la vida cuando no se puede dormir. Los locos padecen
frecuentemente de insomnio; de ahí sus terribles depresiones, su
asco por la vida y su tendencia al suicidio. Pero esa sensación de
hundirse, como un buzo de la nada, en las profundidades ―sensación
propia de las vigilias alucinadas―,
¿no sería una especie de locura? Quienes se suicidan arrojándose
al agua o precipitándose en el vacío actúan movidos por un impulso
ciego, locamente atraídos por el abismo. Quienes no han conocido
nunca semejantes vértigos no pueden comprender la irresistible
fascinación de la nada que conduce a algunos seres a la renuncia
suprema.
*
Hay
en mí más confusión y caos de lo que el alma humana debería
soportar. Podéis encontrar en mí todo lo que queráis. Soy un fósil
de los comienzos del mundo en el que los elementos no se
cristalizaron y en el que continúa aún la loca efervescencia del
caos inicial. Soy la contradicción absoluta, el paroxismo de las
antinomias y el límite de las tensiones; en mí todo es posible,
pues soy el hombre que se reirá en el momento supremo, en la agonía
final, en la hora de la última tristeza.
FRENTE
AL SILENCIO
Llegar
a no apreciar más que el silencio equivales a realizar la expresión
esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes
solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio
posee raíces mucho más profundos de lo que suele imaginarse. Para
ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya
exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado
hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio
y sus gritos.
La
fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las
palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías;
los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenúa,
toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va
hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo
monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad.
Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o
impresionar a alguien; el ruido al que hemos renunciado se suma al
tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras
haber desplegado una energía loca para intentar resolver todos los
problemas y afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el
silencio la única realidad, la única forma de expresión.
E.
M. Cioran. "En las cimas de la desesperación". 2009,
Tusquets editores.