Fragmentos:
Conducía
un camión lleno de dinamita por la Plaza Roja cuando se dio cuenta
de que ya no había nada que hacer allí. Se acordó de la foto de
Iggy Pop y David Bowie en Moscú. Trató de encontrarlos pero no dio
con ellos. Así que comenzó a angustiarse y se angustió tanto que
se despertó.
Le
pregunté: ¿Qué coño pasa?
Y
dijo: Nada, sólo era un sueño.
Después
volvimos a quedarnos dormidos. Soñé que tenía una pistola de
plata. Una pistola preciosa. Primero disparaba contra el tío que
mató a Lennon y pensaba: eso está bien, pero después me ponía a
dispararle a todo el mundo. Disparaba sobre los que iban de uniforme
y me daba igual que fueran policías, carteros, azafatas o
futbolistas. Sinceramente no sabía qué pensar al respecto. Cuando
se terminaron las balas, tiré la pistola al suelo y eché a correr.
Corría tan deprisa como podía, y podía correr realmente deprisa.
Tanto que los niños temblaban en sus asientos cuando pasaba cerca de
un colegio. Corría mucho más deprisa de lo que he corrido nunca
despierto, dos o tres veces más. Cuando llegué a Moscú me puse a
buscar a Iggy y a Bowie pero para entonces ya era viejo y estaba
cansado. Un chico con una cazadora de cuero roja me dijo: Bowie ya no
está aquí, se ha ido a Berlín, Iggy está con él. Hace un rato ha
venido tu chica, pero ella corría más que tú. Ya debe de estar
allí. Después el chico se marchó y me quedé sólo y empecé a
comprender que todo era un sueño, desde el principio. Porque yo no
podía ver en sus sueños y porque ni siquiera tenía chica.
Muchos
años más tarde estuve en Berlín con ella y, a pesar de que Bowie
ya no estaba allí, pasamos un tiempo extrañamente feliz. Berlín es
una ciudad jodidamente extraña. Contamos ángeles debajo de la
lluvia, saludamos a la gente del circo cuando ya se marchaban,
compramos medallas a los desertores y yo me acordé de algo que decía
Bob Dylan: << Te dejaré estar en mis sueños, si yo no puedo
estar en los tuyos.>>
***
¿Qué
es lo más triste que recuerdas?
Todo
ese tiempo durante el cual no había nada que tapase la tristeza.
Quiero decir que la tristeza es algo constante. Las canciones tapan
la tristeza igual que el ruido tapa el silencio. Cuando las canciones
se acaban vuelve la tristeza. Ir sentado en el autobús por la noche.
El sonido de los televisores en verano que baja hasta la calle desde
las ventanas abiertas, y la luz azul de los televisores en las mismas
ventanas, la estupidez de los domingos, organizar tu propia fiesta de
cumpleaños, los regalos que no te gustan hechos con verdadera
ilusión, dejar de sentir maravilloso para sentirse normal, no beber,
no tomar nada, estar como al principio, Cáceres, cuando desaparece
la sensación de ser otra persona que se te queda al salir del cine,
las conversaciones del taxista, el metro, las máquinas de chicles
del metro, la desgracia o la suerte de los parientes, cualquier
noticia de los parientes en realidad, tratar de dormir solo sin estar
borracho, los trenes de cercanías, que nada se parezca a algo que
has leído. Lo peor es la tristeza. Arriba y abajo es mucho mejor que
la tristeza, no importa lo violenta que sea la caída.
¿Cuánto
puedes subir?
Da
igual cuanto consigas subir, porque siempre llegas a un punto en el
que ya no hay más. Puedes seguir con las anfetaminas pero ya no
subes ni un peldaño más. Te quedas colgado en tierra de nadie, como
una cometa en un tejado, y cuando te pasa eso quieres bajar y
descansar pero no puedes y a veces te cuesta un par de días y con un
par de días bastantes jodidos. No puedes dormir y no puedes seguir
funcionando. No vas a ninguna parte, como una lancha con un motor de
seiscientos caballos fuera del agua, la hélice sigue girando pero no
avanzas, tienes que esperar a que se termine la gasolina, no puedes
parar la hélice con las manos.
¿Y
eso es bueno?
Eso
es algo y algo siempre es mejor que la tristeza.
***
Conocí
a un chico que era alérgico al polen y al polvo y al serrín y al
humo provocado por combustión de carburantes y a las ensaladas y a
los gatos y a las ballenas y a las fibras sintéticas y a cada uno de
cada dos medicamentos. Era uno de esos chicos que no hablan con
nadie. Parecía uno de los que viven en campanas de cristal, así que
tenía que enfrentarse con todas sus alergias. Llevaba sus alergias
encima como un viajante comercio lleva sus maletas. Demostró
legalmente que era alérgico a sus padres, así que sus padres
tuvieron que darle una pensión vitalicia sin disfrutar a cambio del
consuelo de agujerear sus zapatos con sus propias desgracias, además
él ni siquiera llevaba zapatos porque era alérgico a la piel y el
caucho. Le hicieron unos zapatos de madera pero a él le pareció que
era como andar con dos ataúdes chiquititos en los pies, así que los
tiró por la ventana. Una chica que pasaba por la calle recogió los
zapatos, y como nunca había visto unos zapatos tan raros subió a
ver de quién eran. El chico abrió la puerta y la chica entró, los
dos se miraron un rato y los dos eran guapos, y los dos llevaban
solos demasiado tiempo, así que se abrazaron un poco a ver qué
pasaba y resultó que la chica iba vestida con fibras sintéticas y
tenía ojos de gato, y estaba gorda como una ballena y tenía polen
en el pelo y serrín en el cerebro y antibióticos en los dedos y
ensaladas en la falda y un motor de explosión que le ayudaba a subir
las escaleras. El chico se murió con una estúpida y gigante sonrisa
de felicidad en la cara.
Cuando
me desperté estaba seguro de que podía aprender algo de ese sueño
pero no sabía qué coño podía ser.
***
Nadie
dijo que fuera fácil. Me refiero a correr, esconderse, tratar de
querer a alguien, pasar las noches despierto, no enredarse con la
mierda del Dios bueno y el Dios trabajo, avanzar sin tirar el lastre,
esquivar las balas y tratar de averiguar qué coño pueden hacer los
niños en medio de las bombas enterradas en el suelo y las bombas que
caen desde el cielo y todas las otras bombas escondidas en la saca
del cartero dentro de envíos contrarreembolso.
Tenía
un amigo que casi nunca llegaba a tiempo y que siempre pedía más
dinero del que podía devolver. Todos sabíamos que no le iban bien
las cosas, pero cuando le veías podías jurar que no fuera un
príncipe. Parecía uno de esos herederos que se pasan la vida
haciendo lo que les da la gana porque saben que algún día todos sus
problemas se arreglarán y todos los fantasmas se irán por donde han
venido. Todos sabíamos también que no había ninguna herencia
esperándole, pero lo cierto es que nadie en el mundo se lo merecía
más que él.
Tenía
un coche francés, un tiburón. Era un coche precioso. Le debía
dinero a todo el mundo, pero jamás vendió su coche.
Recorría
la ciudad buscando dinero dentro de su coche y lo cierto es que casi
todos sus amigos estábamos de acuerdo en que había que hacer
cualquier cosa ante que perdiera un coche como ése. No le gustaba
nada tener que pedir dinero, así que bajaba de su maravilloso
tiburín y te decía: Amigo, no me dejes colgado. Con él y su coche
descubrí que algunas personas valen más por lo que piden que por lo
que dan.
***
Ray
Loriga. “Héroes”. Plaza&Janés Editores, 1993.
No hay comentarios:
Publicar un comentario