Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 16 de julio de 2019

Raymond Carver





LOUISE


En la casa-tráiler de al lado
una mujer no deja de buscarle las cosquillas a una niña llamada
Louise
¿No te dije, boba, que dejaras la puerta cerrada?
¡Jesús, estamos en invierno!
¿Pagas tú la factura de la calefacción?
¡Límpiate los pies, por Dios!
Louise, ¿qué tengo que hacer contigo?
Oh, ¿qué tengo que hacer contigo, Louise?
La misma canción noche y día.
Hoy madre e hija salieron a
lavar la ropa
Dile hola a este señor, le dice la mujer
a Louise. ¡Louise!
Estas es Louise, dice la mujer
y le da una colleja.
El gato le comió la lengua, dice la mujer.
Pero Louise tiene unas pinzas en la boca
y ropa mojada en los brazos. Tira
de la cuerda hacia abajo, la sujeta
con el cuello
mientras tiende la camisa
y luego la suelta.
La camisa se hincha, aletea
sobre su cabeza. La esquiva
y salta hacia atrás salta alejándose
de esa figura casi humana.





ANATEMA


Sufría la familia entera.
Mi mujer, yo mismo, los dos niños y la perra
cuyos cachorros nacieron muertos.
Nuestros asuntos, como siempre, iban mal.
A mi mujer le había dejado su amante,
un profesor de música manco
que era su único contacto con el mundo exterior
y la capacidad de pensar.
Mi propia novia dijo que no podía aguantar más
y volvió con su marido.
Nos habían cortado el agua.
Te cocías en aquella casa durante todo el verano.
Los ciruelos se habían secado.
Los arriates de flores, pisoteados.
El coche se había quedado sin frenos y la batería
empezaba a fallar. Los vecinos habían dejado de hablarnos
y nos daban con la puerta en las narices.
En las tiendas nos devolvían los cheques
y dejaron de traernos el correo.
Solo el sheriff pasaba
de vez en cuando con uno u otro
de nuestros hijos en el asiento de atrás,
rogando que nos los lleváramos de allí.
Luego entraron los ratones a casa, a miles.
Seguidos por una serpiente cornuda. Mi mujer
se la encontró tomando el sol en el salón
junto al televisor estropeado. Lo que hizo con ella
es otro cantar. Le cortó la cabeza
allí mismo en el suelo.
Y luego la cortó en dos porque seguía
retorciéndose. Estaba claro que no podíamos más.
Estábamos hundidos.
Queríamos ponernos de rodillas
y decir perdona nuestros pecados, perdónanos
la vida. Pero era demasiado tarde.
Demasiado tarde. Nadie nos escucharía.
Tuvimos que ver cómo se venía la casa abajo
y el suelo se abría en dos.
Luego nos dispersamos en las cuatro direcciones.





MI MUERTE


Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero no os asustéis, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien llame a los demás
para decir: <<¡Ven rápido, se está yendo!>>
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, se acercarán
para que pueda verlas por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada y quieran echar a correr.
Pero, al menos, puesto que me quieren,
me darán la mano y me dirán <<Valor>>
o <<Todo irá bien>>.
Y tienen razón. Todo irá bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Solo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir:
<<Sí, te escucho. Te entiendo.>>
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
<<Yo también te quiero. Sé feliz.>>
Así lo espero. Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que
disfruté
a tu lado todo estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y mi familia. Si es así, créeme,
salí por la puerta grande. Esa vez no fue una derrota.






QUEDE CONSTANCIA


El nuncio papal, Jhon Burchard, escribe letra a letra
que trajeron docenas de yeguas y garañones
al patio del Vaticano
para que el papa Alejandro VI y su hija
Lucrecia Borgia contemplasen desde un balcón
<<con placer y mucha risa>>
el apareamiento de los equinos.
Cuando terminó el espectáculo,
se refrescaron, luego aguardaron
a que el hermano de Lucrecia, César,
liquidara a tiros a diez criminales desarmados
que habían llevado al mismo patio.
Recuerda esto la próxima vez que oigas
el nombre de Borgia o la palabra Renacimiento.
No sé qué hace con ello
esta mañana. De momento, lo dejaré.
Iré a dar el paseo que pensaba con la esperanza
de ver a esas dos garzas alzarse sobre el acantilado
como hicieron a principios de la estación,
cuando nos sentíamos solos y recién
instalados aquí, a nuestro
aire.





LO QUE DIJO EL MÉDICO


Dijo que la cosa no tenía buen aspecto
dijo que lo tenía malo malo de verdad
dijo que había contado treinta y dos en un pulmón
y que dejó de contar
le dije me alegro porque no querría saber
si hay más
dijo si usted es un hombre religioso arrodíllese
en el bosque y pida ayuda
cuando llegue a la cascada
la neblina le rodeará los brazos y la cara
deténgase y trate de comprender esos momentos
yo le dije no lo soy pero trataré de empezar hoy
dijo lo siento mucho dijo
me hubiera gustado tener otras noticias que darle
dije Amén y él añadió algo
que no entendí y no sabiendo qué más hacer
y para no hacerle repetirlo
y a mí digerirlo
me quedé mirándolo sin más
durante un rato y él me miraba a mí
me puse de pie de un salto y le tendía la mano al hombre
que acababa de decirme lo que nunca nadie me había dicho
puede que incluso le haya dado las gracias por costumbre.




Raymond Carver. “Todos nosotros. Poesía completa”. 2019, Anagrama.