Fragmentos:
En fin, Tarrou parecía haber sido
definitivamente seducido por el carácter comercial de la ciudad,
cuyo aspecto, animación e incluso placeres aparentaban ser regidos
por las necesidades del negocio. Esta singularidad (es el término
empleado en los apuntes) tenía la aprobación de Tarrou y una de sus
observaciones elogiosas llegaba a terminarse con la exclamación:
<<¡Al fin!>>. Estos son los únicos puntos en las notas
en que las notas del viajero, pertenecientes a esta fecha, parecen
tener carácter personal. Es difícil apreciar su significación y lo
que pueda haber de serio en ellas. Es así como, después de haber
relatado que el hallazgo de una rata muerta había llevado al cajero
del hotel a cometer un error en su cuenta, Tarrou había añadido con
una letra menos clara que de ordinario: <<Pregunta: ¿qué
hacer para no perder el tiempo? Respuesta: sentirlo en toda su
lentitud. Medios: pasarse los días en la antesala de un dentista en
una silla inconfortable; vivir el domingo en el balcón, por la
tarde; oír conferencias en una lengua que no se conoce; escoger
itinerarios del tren más largos y menos cómodos y viajar de pie,
naturalmente; hacer la cola en las taquillas de los espectáculos,
sin perder su puesto, etc., etc...>>. Pero inmediatamente
después de estos juegos de lenguaje o de pensamiento, los apuntes
comienzan una descripción detallada de los tranvías de nuestra
ciudad, de su forma de barquichuelo, su color impreciso, su habitual
suciedad y terminan estas consideraciones con un <<es notable>>
que no explica nada.
***
Incluso después de haber reconocido el
doctor Rieux delante de su amigo que un montón de enfermos dispersos
por todas partes acababan de morir inesperadamente de la peste, el
peligro seguía siendo irreal para él. Simplemente, cuando se es
médico, se tiene formada una idea de lo que es el dolor y la
imaginación no falta. Mirando por la ventana su ciudad no había
cambiado, apenas si el doctor sentía nacer en él ese ligero
descorazonamiento ante el porvenir que se llama inquietud. Procuraba
reunir en su memoria todo lo que sabía sobre esta enfermedad.
Ciertas cifras flotaban en su recuerdo y se decía que la treintena
de grandes pestes que la historia ha conocido había causado cerca de
cien millones de muertos. Pero ¿qué son cien millones de muertos?
Cuando se ha hecho la guerra apenas sabe ya nadie lo que es un
muerto. Y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando le ha
visto uno muerto; cien millones de cadáveres, sembrados a través de
la historia, no son más que humo en la imaginación.
***
El mal que existe en el mundo proviene
casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia
puede ocasionar tantos desastres como la maldad. Los hombres son más
bien buenos que malos, y, a decir verdad, no es esta la cuestión.
Solo que ignoran, más o menos, y a esto se le llama virtud o vicio,
ya que el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que
cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar. El alma del que
mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la
clarividencia posible.
***
Oyendo los gritos de alegría que
subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está
siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa
ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la
peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante
decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente
en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los
papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y
enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir
en una ciudad dichosa.
Albert Camus. “La Peste”. 1977,
Pocket Edhasa.