De
Iluminaciones.
VIDAS
III
En
un granero donde me encerraron a los doce años
conocí
el mundo, ilustré la comedia humana. En una
bodega
aprendí historia. En alguna fiesta nocturna de
una
ciudad del Norte encontré a todas las mujeres
de
los pintores antiguos. En un viejo pasadizo de Pa-
rís
me enseñaron las ciencias clásicas. En un morada
magnífica,
cerrada por el entero Oriente, concluí mi
inmensa
obra, pasé mi ilustre retiro. He braceado
mi
sangre. He sido dispensado de mi deber. Ni siquie-
ra
debo pensar ya en ello. Soy realmente de ultratum-
ba,
así que basta de encargos.
De
Una temporada en el infierno.
Antaño,
si no recuerdo mal, mi vida era un festín en
el
que todos los corazones se abrían, en el que vinos
de
todas clases fluían sin cesar.
Una
noche, senté a la Belleza en mis rodillas. ―Y
la
encontré
amarga. ―Y
la injurié.
Me
armé contra la justicia.
Y
huí. ¡Oh brujas, oh miseria, oh saña: solo a vo-
sotras
os fue confiado mi tesoro!
Conseguí
disipar en mi espíritu todo resto de hu-
mana
esperanza. Sobre todo alegría, para estrangu-
larla,
realicé el salto sigiloso de la fiera.
Llamé
a los verdugos para así morir mordiendo la
culata
de los fusiles. Llamé a las plagas para así po-
der
ahogarme en la arena, la sangre. La desdicha fue
mi
dios. Me revolqué en el fango. El aire del crimen
me
secó. Se la jugué a la locura.
Y la primavera me dio la risa horrenda del idiota.
Pero,
recientemente, cuando ya estaba a punto de
estirar
al pata, decidí buscar la llave que me abriera
las
puertas del antiguo festín, en el que, quizás, reco-
braría
el apetito.
La
caridad es esa llave. ―¡Esta
inspirada afirma-
ción
demuestra que he estado soñando!
<<Siempre
serás una hiena, etc...>>, exclama el de-
monio
que me coronó con tan amables adormideras.
<<Bien,
gánate a pulso la muerte con todos tus apeti-
tos,
y tu egoísmo y todos los pecados capitales.>>
¡Bueno!
Ya he tenido bastante: ―Pero,
querido Sa-
tanás,
se lo ruego, ¡no se irrite tanto! A la espera de
esas
pequeñas bajezas que no acaban de llegar, arran-
co,
para usted que ama en el escritor la ausencia de
facultades
descriptivas o instructivas, unas cuantas
hojas
repelentes de mi libreta de condenado.
Arthur
Rimbaud. “Hay que ser absolutamente moderno”. 1998, Mondadori.
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