Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Mircea Cartarescu (El Levante)



Fragmentos:



<<Flor de los mundos, ola verde de piedras preciosas festonada, mares que surcan veleros de oro cargados de pimienta y canela como peines que recorren cabellos perfumados, gota de rocío en la que se confunden las nubes y el cielo, oh, Levante, donde el céfiro hincha los carrillos y sopla sobre la inmensidad de las aguas, ¡qué sentimientos tan poderosos avivas en mi pecho! Oh, Levante, dichoso Levante, ¿cómo es que no sientes mi turbación, mi cólera? ¿Cómo es que tu ojo de brillos ambarinos no ve la noche que colma mi pecho, la congoja que invade mi mente desde que desperté de mi letargo y comprendí que soy rumano? ¿Por qué no tendré miles de ojos, como Argos, para poder llorar con miles de lágrimas el terrible estado de mi pueblo, prisionero de los lobos y de las alimañas que desgarran el seno de Valaquia con sus garras afiladas?>>
***


Sé que todo lo que existe en este mundo es pompa, que Leonardo, Tasso, Shakespeare y Musina son la misma cosa, y que no se distinguen del mendigo de la puerta del monasterio. Vanidad de vanidades e ilusión de ilusiones. Platón habla de un cielo que no se encuentra en este mundo: allí se concibe la idea de ventana, la única real. Lo que el carpintero construye en madera y denomina ventana es solo un reflejo, y el escritor, cuando escribe <<ventana>>, crea el reflejo de un reflejo. Montes de cristal, reyes de trapo, vidas de viento, mares de reflejos. Y aunque todo fuera real, no sería eterno. Una flor puede durar miles de años, pero si luego se marchita, es como si no hubiera existido jamás, es el sueño de un sueño. El amor es nostalgia y el poder es hastío. Imaginemos, sin embargo, que todo es eterno. Ni aun así tendría valor. Nuestro universo es un mundo entre miles de puntos que se unen para formar otros mundos de fuego, que, contemplados desde muy lejos, se reducen a cristales y latón, caracolas, paños, ciruelos o nubes. Así que no resultaría sorprendente que nuestro universo fuera un átomo en un tiesto en el crece una adelfa, o el átomo de una cucaracha que corretea por un mundo que es a su vez un átomo del tallo de un tomate. Entonces, ¿por qué escribo, si mi escritura carece en cualquier caso de valor, cuando se ha escrito ya sobre Hamlet y sobre Orestes, y cuando yo no podré jamás igualar a los maestros? Miguel Ángel tenía mármol, yo solo tengo moldes de halva. Pero en los momentos en que no tengo nada que leer y no me apetece escuchar música, me sumerjo en un mar de dulces y sosegadas ensoñaciones, se me aparece un genio que coloca una pluma en mi mano:
Perezoso mortal, salta tu vida, cierra los párpados y ábrelos en otro mundo que está esperando a ser creado por ti.








Flor de los mundos cuyos pétalos destilan veneno, media luna que tiñes de oro las torres de cuarzo, sueño de la esclava perezosa que, en cojines de seda, deja entrever su pesado trasero a través de los bombachos de Shiraz, oh, Levante, islas de un mar límpido como el cristal, cajón con olor a tomillo y jengibre que Dimov no llegó a describir en un poema, decena de tronos horrorosos en los que reposan decenas de Hangerli, oh, Levante, Levante feroz como ese niño loco que incrusta clavos en un gatito dormido, ¿quién puede aspirar tu negra tristeza en su pecho y seguir vivo? Cuando comencé este poema, ¡qué alegre y despreocupado estaba! Me parecía un juego hacer que convivan en mi epopeya la espada de un hombre y un pecho tierno, sacar del portaplumas estilos sofisticados, como el monje que ilumina el pergamino con miniaturas. Pensaba escribir, sobre un fondo musical de espineta y clavecín, alguna aventura marítima, una especie de opereta, pues estaba hastiado de la poesía de nuestra época... Así como el confitero enrosca pirulís rosas y azules, entrelazaba también yo, humilde escriba, frases, levantando no la torre de Babel,sino únicamente la tarta de Flaubert. ¿Quién habría imaginado jamás que del capullo de seda de la Ensoñación, de la Poesía, iba a brotar, aleteando, un mundo nuevo? ¡Señor, Señor, te doy las gracias! ¡Has utilizado mi frágil carne para construir algo sobrenatural, has vislumbrado otra vez mundos fantásticos a través de mi cenagal de sangre! ¡La bola mágica reposa de nuevo en la palma de mi mano izquierda! Pero a partir de ahora soy polvo, mi cuerpo está hecho añicos, reducido a cenizas, pues no puedes tocar al Ángel sin ser despedazado...




Mircea Cartarescu. “El Levante”. 2015, Impedimenta.



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